Sobre el atentado a la Amia – Diecisiete años
Por Eduardo Wolovelsky
Diecisiete años les parecerá a algunos un tiempo suficiente para que las duras imágenes, las férreas palabras y los intensos sentimientos puedan dar lugar a un suave desvanecimiento de estas dramáticas evocaciones. De forma inevitable, todo recuerdo es selectivo, cambia con el tiempo e implica olvidos a los cuales nos sentimos inclinados porque los suponemos necesarios para que la vida pueda continuar. Diecisiete años, podrá parecerles a unos y a otros un tiempo suficiente para callar sobre lo cual, parece, ya nada se puede hacer. Pero se equivocan
Si hubiese prevalecido la justicia no sentiríamos el imperativo de mantener un duro recuerdo sobre los muertos. Podríamos sostener su invisible presencia con el ímpetu que nos empuja hacia los lugares donde la vida late con más fuerza. Pero justicia no hubo y probablemente no la habrá. Por ello, si amamos una vida digna, plagada de sentido, el olvido no es siquiera una posibilidad.
La memoria es un acto del presente, no del pasado. Son acciones y acontecimientos con los que provocamos a la realidad. No podemos, ni debemos, consentir la impunidad, ni de este atentado ni de cualquier otro. Podremos olvidar ciertas cuestiones, pero no este hecho. No nos está éticamente permitido.
Sin embargo la propia AMIA ha elegido no recordar. Tal vez, sus dirigentes, seducidos por el efecto publicitario que produce el impacto de lo inesperado, han propuesto como consigna “un atentado al olvido”. La palabra sola no puede salvarnos, pero no podemos salvarnos sin la palabra, sostenía Ivonne Bordelois. ¿Cómo entender que la AMIA, victima, actúe bajo el significado de lo que debe condenar? ¿Han olvidado, acaso, la lección que nos dejara la shoah en el cartel de entrada a Auschwitz donde podía leerse Arbeit macht frei (el trabajo libera). No hay excusa, no puede haberla porque debemos recordar y debemos hacerlo de manera activa, con claridad y compromiso, cuidando además la voz, aquello que decimos. Como lo cantara la artista israelí Java Alberstein: palabras es todo lo que tengo, son mi fortuna, son mi pasión, soy yo.
Rescatar la memoria como forma de acción, rescatar la palabra como acto es nuestra obligación. Por ello hemos de cerrar este escrito con lo mismo que proponemos, recuperando la voz de una mujer comprometida en uno de los discursos más valientes y necesarios que se hayan pronunciado en democracia. En el tercer aniversario del atentado, Laura Ginsberg finalizaba su alegato, tan vigente hoy como entonces, de la siguiente forma:
Cierro los ojos e imagino que son las 12 de la noche de aquel 18 de julio. Todos dormimos los sueños, todos tenemos a nuestras familias enteras y todos proyectamos para el día siguiente la irrespetuosa locura de vivir, el desafiante pensamiento de vivir, el ilusorio deseo de vivir.
Pero cuando los abro, me encuentro 3 años después con la irrespetuosa locura de querer justicia, con el desafiante pensamiento de exigir justicia, con el ilusorio deseo del nunca más.
Hoy es 18 de julio y pasaron 3 años, 3 años, 3 años y, como en cada aniversario y en cada día de nuestras vidas, seguimos sin tener respuesta. Por eso, como en cada aniversario, decimos:
Hoy estamos aquí, en la última esquina de sus vidas, en la primera esquina del largo camino que nos toca transitar reclamando justicia. Porque hace exactamente 3 años se apagaron sus risas, nuestras risas y todas las risas compartidas que ya no serán. Porque se esfumaron sus sueños, nuestros sueños y el sinfín de sueños compartidos en nubes de explosivos y horror.
Y, porque esa mañana salieron de sus casas como todas las mañanas y no volvieron, merecen justicia. Y porque no olvidaremos exigimos justicia. Y, porque la ley de la vida dice que los padres no entierran a sus hijos, reclamamos justicia. Y por todos los que ya no verán crecer a sus hijos pedimos justicia. Y por todos los que no se harán viejos junto a los suyos exigimos justicia. Y porque los amamos gritamos justicia. Y porque nos amaron merecen justicia. Y porque creyeron vivir en un país libre y seguro demandamos justicia. Y porque sus voces reclaman desde el centro mismo de la tierra exigimos justicia. Y porque repudiamos el terrorismo en cualquiera de sus manifestaciones, la violencia, el odio entre los pueblos y la discriminación y porque esclarecer el atentado es una responsabilidad ineludible luchamos por justicia.
Y merecen justicia, porque del lugar del universo en donde estén, o desde adentro nuestro, solo después de hacer justicia nuestros muertos podrán descansar en paz.
Los muertos de la AMIA: presentes.
Diecisiete años no son suficientes para olvidar, tampoco lo serán cien.
Eduardo Wolovelsky