Educación laica – Sobre el darwinismo y el Diseño inteligente

Por Eduardo Wolovelsky*

Más de setecientas personas se apiñaban en la mayor sala del museo zoológico de Oxford. Era sábado,
más precisamente el 30 de junio de 1860 y la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia había
organizado un debate alrededor del libro de Charles Darwin El origen de las especies. Se cuenta que uno
de los principales oradores, el obispo Sam Wilberforce, cerró su discurso preguntándole, en tono
sarcástico, a Thomas Henry Huxley si afirmaba descender de un mono por parte de la línea paterna o por
parte de la línea materna. Se dice que Huxley respondió que antes preferiría un simio a un hombre que
emplea sus habilidades oratorias para ofuscar mediante una muestra de autoridad, una discusión libre
sobre lo que era o no verdad.  


La anécdota, tal como se suele relatar, puede ser una leyenda, pero su potencia pedagógica no lo es. La
respuesta atribuida a Huxley bien puede servirnos de inspiración frente al texto Batallas por la verdad
científica (http://www.clarin.com/opinion/Batallas-verdad-cientifica_0_432556839.html) donde
el impacto de los enunciados oculta la debilidad de las argumentaciones. De hecho la decisión por el
título, por una metáfora de carácter bélico asociada a la verdad, parece otorgarle al encabezamiento la
poco loable virtud de funcionar como un candado que cierra toda discusión.

A partir de una particular retórica, en el escrito publicado por el diario Clarín, se denuncia la “decisión”
de las sociedades modernas por enseñar en las escuelas la teoría de la evolución. De esta manera, según
las particulares afirmaciones del texto, se habría afinado en el último siglo una perspectiva autoritaria
según la cual “se debe –y solo se puede- enseñar la teoría evolutiva, especialmente la darwiniana”.

De todo lo que se dice en el artículo, esto es lo más grave y por ello nos detendremos a considerarlo de
forma particular. Parece estar en juego el intento por incorporar algún tipo de argumentación o de
formación religiosa en las escuelas. No se enuncia de forma explícita, pero este parece ser el fin último
del escrito. Este hecho, de concretarse, sería una violación a los derechos fundamentales de los
ciudadanos porque es una forma particular de negar la libertad de culto. Por ello es pertinente recuperar,
como respuesta a lo que se propone en el diario Clarín, ideas ya expresadas donde se sostiene que una de
las confusiones o trampas más comunes en este tipo de razonamientos es tratar dentro de la ciencia
afirmaciones que pertenecen a la lógica del dogma religioso, hecho que se destaca con claridad en el
citado escrito dado que el autor habla de doctrina del Diseño inteligente y no de teoría lo cual nos remite
indubitablemente a una afirmación de carácter religioso,

La ciencia como sistema de validación se desarrolló a partir de una serie de compromisos institucionales,
teóricos y metodológicos. Dichos compromisos implican la puesta en ejercicio de un saber fundamentado,
sistemático, metódico, con aspiración a la objetividad y que, además, se sostiene en la crítica en tanto
todo modelo y teoría son un saber de carácter público y colectivo capaz de ser cuestionado y reformulado.
En este sentido, la ciencia es un sistema de conocimiento auto correctivo. Por otra parte, dicha validación
exige argumentos y evidencias de carácter cosensibles para establecer el consenso acerca de la validez o
falsedad de los modelos considerados. Los argumentos de autoridad no tienen o no deberían tener valor.
La ciencia implica un saber universal en tanto que las predicciones que realiza sobre el funcionamiento
del mundo natural deben valer más allá de las creencias particulares de diferentes personas o grupos
sociales. Es este carácter el que permitió, por ejemplo, el triunfo de la visión galileana del Cosmos a pesar

de la derrota en el juicio inquisitorial. Y es esta misma razón por la que se apela a la idea de que la
enseñanza de la teoría darwiniana de la evolución, como forma de explicar el origen de la diversidad, es
un acto autoritario (lo que intenta enmascarar un acto de censura) en lugar de proponer un debate público
donde entren en juego las evidencias y la razón.

Negar la enseñanza de la ciencia en general o de determinados modelos y teorías, bajo el pretexto de un
relativismo que consideraría a la ciencia sólo como una versión explicativa posible de los fenómenos
naturales o como un ejercicio de poder, tiene severas consecuencias sociales. Si la ciencia es sólo una
convención o una imposición autoritaria, que no puede sostener la validez de sus modelos más allá de
ciertos pareceres subjetivos, entonces no hay forma, por ejemplo, de decidir qué prácticas médicas son
aceptables y cuáles no. Al respecto, es interesante considerar que los mismos sectores que promueven esta
visión relativista y/o autoritaria del saber científico no se arriesgan a hacer lo mismo con la medicina
donde el juego de la eficacia y la predicción pueden implicar la diferencia entre la vida y la muerte. De
esta forma asumen un doble discurso donde relativizan el valor explicativo de ciertos modelos científicos
pero aceptan sus consecuencias empíricas (hecho que ocurre en el artículo que estamos criticando dado
que afirma la falsedad del núcleo duro del darwinismo, el cual es uno de los pilares fundamentales del
pensamiento biológico moderno y por lo tanto de las principales perspectivas biomédicas).

El Estado obliga a la vacunación de su población. Esto implica reconocer la eficacia de dicha técnica. Sin
embargo, la vacunación se apoya sobre una serie de modelos y teorías acerca del sistema inmunológico.
La validación de los mismos está enmarcada dentro de los cánones definidos por la práctica científica.
Cuando el Estado obliga a la vacunación, reconoce el status universal de los modelos que explican el
funcionamiento del sistema inmunológico.

La Argentina es un mosaico cultural complejo y, sin embargo, más allá de las diferencias, todos están
obligados a vacunarse. Por lo tanto, si se sostiene que la ciencia es sólo una forma de ver las cosas, no se
podría obligar a la aplicación de determinadas prácticas médicas, por ejemplo, a los menores de edad,
independientemente de la oposición de los padres. Las consecuencias de cierto relativismo, según el cual
una explicación basada en la fe religiosa sería equivalente a otra de carácter científico, o la aceptación de
la censura de determinados modelos científicos, conducirían a la imposibilidad de reglamentar la práctica
de la medicina. En este sentido y en relación con la enseñanza de la ciencia, la censura, o la sustitución
por argumentos religiosos, es también una apuesta peligrosa donde se niega a los alumnos el derecho al
conocimiento y al pensamiento crítico.

Importa considerar que la responsabilidad de los Estados, relacionada con el saber científico, es diferente
a la situación de cualquier ciudadano particular. Un individuo puede rechazar la ciencia como sistema de
validación y, por lo tanto, desconocer la validez de sus conclusiones explicativas sobre diferentes
fenómenos. Así, un alumno puede rechazar, por ejemplo, la teoría de la evolución como modelo
explicativo del origen de la diversidad de los seres vivos porque sus padres son fervorosos creyentes y
han transmitido a sus hijos ideas religiosas creacionistas. De cualquier forma, deberá estudiarlo y
comprenderlo porque debe entender el impacto de dicho modelo en el pensamiento y el desarrollo
tecnológico de la sociedad contemporánea. El conocimiento científico, por su propia naturaleza, no es un
saber dogmático que pueda imponerse a la fuerza. Como forma del saber crítico, la ciencia debe aceptar
todo tipo de disenso atendiendo únicamente al debate y la argumentación como forma de convencimiento.
A quien no le está permitido este disenso es al profesor y al maestro dado que están en ese lugar, porque
el Estado los habilita en nombre del compromiso con ciertos valores epistémicos. Si sus creencias no les
permiten sostener esos valores comprometidos con la razón, entonces con valentía y coherencia deberán
asumir la decisión de no enseñar en cursos de ciencias.

La religión implica un conjunto de creencias que un determinado grupo o persona consideran sagrados.
Por lo tanto las creencias religiosas adquieren un carácter dogmático. La aceptación de dichas creencias
proviene de la fe y la autoridad, luego, las consideraciones dogmáticas extensivas al mundo natural
adquieren un carácter particular que sólo vale para el grupo que las sostiene. La imposición de un dogma
determinado, aquí nos preocupa en particular la educación pública, implica negar los derechos a la

autonomía personal que la educación debe promover y que el Estado debe garantizar, si se desea formar
individuos responsables de sus actos.

El pensamiento científico promueve la crítica, inclusive de la propia ciencia, con lo cual lejos de violentar
las libertades del individuo promueve su sentido de ser pensante. La solución a las cuestiones aquí
planteadas se sostiene en una decisión: apostar en la educación por la racionalidad frente a la no
racionalidad (creencias, confesiones, etc), ya que es lo único que garantiza un espacio estructural de
disenso y confrontación. La formación religiosa debería, por cierto, respetarse, pero como actividad
optativa (según el criterio de los padres) no dependiente de las obligaciones del Estado.

Hasta aquí hemos respondido a la cuestión más preocupante y al desafío más significativo que propone el
artículo de opinión del diario Clarín. Lo que sigue es simplemente una enumeración que explicita y aclara
algunos erróneos argumentos con los que se intenta dar legitimidad, en el mismo escrito, a la teoría del
Diseño inteligente como perspectiva cuestionadora del darwinismo.

Asombra, en primera instancia, que debamos enfrentar, una vez más, la Teología natural de William
Paley y el predilecto ejemplo de la perfección del ojo y su funcionamiento como una totalidad. El
argumento de que el ojo sólo es útil con la totalidad de sus partes es falaz porque el ojo tiene múltiples
posibilidades funcionales y se pueden perder algunas mientras otras permanecen. Por supuesto que su
funcionamiento optimo requiere de una cierta estructura. Sólo queremos mostrar que la afirmación por la
imposibilidad de que la estructura del ojo humano se haya desarrollado evolutivamente a partir de otras
estructuras menos complejas es falsa. Aclarémoslo atendiendo a las palabras que escribiera John Rennie
cuando se desempañaba como editor de la revista Scientific American:”generaciones de creacionistas han
intentado contradecir a Darwin citando el ejemplo del ojo como una estructura que no podría haber
evolucionado. La habilidad del ojo para proveer visión depende del arreglo perfecto de sus partes, dicen
los críticos. La selección natural nunca podría haber favorecido las formas transicionales necesarias
durante la evolución del ojo ¿Qué tan bueno es medio ojo? Anticipándose a esta crítica, Darwin sugirió
que aún un ojo «incompleto» podría conferir beneficios (como ayudar a las criaturas a orientarse hacia la
luz) y de ese modo sobrevivirían permitiendo futuros refinamientos evolutivos. La biología ha vindicado
a Darwin: los investigadores han identificado ojos primitivos y órganos sensibles a la luz a través del
reino animal y han ayudado a trazar la historia evolutiva del ojo a través de comparaciones genéticas.
(Ahora parece que en varias familias de organismos los ojos han evolucionado independientemente)”.

En segundo lugar, debemos aclarar que la estimación sobre la probabilidad de la formación azarosa de
una proteína también está errada dado que el concepto ”formación azarosa”, tal como está enunciado,
tiene un carácter ambiguo porque dicha probabilidad es dependiente de las condiciones fisicoquímicas en
las que ocurre la formación del péptido. La “matemática” que propone el artículo es tan buena para
fundamentar el Diseño inteligente como lo fueron en el pasado los modelos estadísticos para demostrar la
inferioridad en la naturaleza intelectual de determinados grupos humanos y que S. J. Gould denunciara
con sugestiva claridad en su libro La falsa medida del hombre. Ni las perspectivas teóricas de Lynn
Margulis ni las de Stuart Kauffman ponen en jaque al núcleo duro del darwinismo por el cual se acepta,
desde una perspectiva realista que las formas vivas han cambiado con el tiempo, derivando unas de otras
por diversos mecanismos entre los cuales se destaca la selección natural y que el proceso evolutivo es un
hecho contingente al cual no se le puede asignar sentido teleológico alguno.

La cuestión del diseñador en la “teoría del Diseño inteligente” es, por supuesto, el punto más débil de
toda la cuestión quitándole todo valor de legitimidad científica al agregar una superflua variable oculta
que en nada aporta a la explicación de la adaptación. De hecho no hay diseño inteligente alguno. Ni
siquiera hay que ser un gran ingeniero para dar cuenta de las malas proyecciones mecánicas y químicas en
los seres vivos y que cualquier diseñador inteligente podría haber hecho mejor. Los seres vivos son
diseños viables, esto es, estructuras capaces de sostenerse el tiempo suficiente contra el desorden
entrópico, lo suficiente como para hacer alguna replicas similares de sí mismos.

Es interesante que el autor nombre 1995 como el momento en el que los conceptos evolutivos fueron
incorporados a la enseñanza, porque fue ese mismo año que, por primera vez, las veladas censuras que se
solían aplicar a la enseñanza de la evolución se hicieron explícitas en las modificaciones impuestas en el
documento oficial sobre los Contenidos Básicos Comunes elaborados por el Ministerio de Cultura y
Educación de la Nación.

Por último el artículo se sostiene en un prejuicio por el cual en un país científica y tecnológicamente
desarrollado como los Estados Unidos, se dan discusiones de avanzada que los países subdesarrollados
como el nuestro tardarían cierto tiempo en adoptar o incluso serían incapaces de hacerlo. Lo que el
artículo no dice es que la cuestión del Diseño inteligente no es un debate en el mundo científico y
académico de los Estados Unidos y que una sentencia judicial, por una demanda iniciada en 2005,
determinó la inconstitucionalidad de su enseñanza en las escuelas por ser un argumento religioso y no una
teoría científica.

Queda una última cuestión: ¿por qué el diario Clarín decide publicar una columna de opinión que con
débiles y falaces argumentos sostiene la legitimidad del Diseño inteligente a sabiendas de que esto
promueve la incorporación de fundamentos religiosos en la educación? Se aceptan respuestas.

* Coordinador del Programa de Comunicación y Reflexión Pública Sobre la Ciencia
C.C.R.R.Rojas, Universidad de Buenos Aires

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