La última casa de Luca Prodan en Buenos Aires es lugar de culto y ahora será centro cultural
El cartel es grande, está sobre la vereda de la calle Alsina al 400 en el barrio porteño de Monserrat, cubriendo una parte del vallado de obra. Se lee en letras negras: “Estamos mejorando la fachada de la casa de Luca Prodan”. Detrás del cartel, una edificación que remite a las históricas casas del siglo XX. La entrada es por una puerta de madera de doble hoja. Allí fans de todas las edades vienen a escribir y a recordarlo porque acá, un 22 de diciembre de 1987, murió el rocker italo-británico, líder de Sumo y parte relevante de la gran historia del rock argentino.
En pleno centro histórico de Buenos Aires, la gente va y viene por la estrecha vereda, que ahora por las obras quedó aún más angosta. Algunos miran y se acercan curiosos, otros siguen como si nada. “Desde agosto del año pasado se puso en marcha la puesta en valor de toda el área que está dentro de lo que es el casco histórico de la ciudad”, explica Juan Vacas, subsecretario de Paisaje urbano del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En las obras se incluyeron los “Altos de Elorriaga”, esa esquina histórica en Defensa y Alsina, la “Farmacia la estrella” que está enfrente. Y sobre Alsina, la casona de “Ezcurra” y la última morada de Luca Prodan que está al lado y sobre la que se están finalizando las obras por estos días: “La casa estaba en muy mal estado. Había un balcón que directamente ya no estaba, faltaba todo el remate de balaustres de la terraza. Lo habían ido demoliendo por riesgos estructurales hace muchos años”, explica el funcionario.
Pero antes, mucho antes que Luca Prodan pasara sus últimos meses en esa casa, empezaba un capítulo bisagra en la historia del rock nacional. Luca se convertiría en el líder de Sumo. La banda post -punk que vino a cambiarlo todo en el rock argentino de los años 80.
Luca Prodan nació en Roma en 1953, hijo de una familia italiana, desde chico tuvo una conflictiva relación con sus padres. Sobre ellos, en la última entrevista sobre la que se tenga registro, dos meses antes de su muerte, Luca decía: “Vivimos una atmósfera de familia sin afecto. El afecto es lo más importante que hay. Entonces, ¿qué carajo me van a importar ellos? No me importan.” A los nueve años lo mandaron al prestigioso colegio escocés Gordonstoun, al que también asistió el actual rey Carlos III de Inglaterra. Luca odiaba el colegio, odiaba las reglas y el adoctrinamiento constante. Se fugó a los diecisiete, un año antes de terminar. Lo único bueno de ese lugar fue que allí conoció a su amigo de toda la vida, el argentino de ascendencia escocesa Timmy McKern.
Asentado en Londres, Luca consiguió trabajo en la cadena de disquerías Virgin y conoció a las principales bandas del rock “new wave” inglés de finales de los setenta. XTC, The Fall, Wire o Joy Division. Formó su primera banda de rock: The new clear heads. El mito cuenta que de cada diez discos que vendía, uno iba a parar a su casa. Lo echaron y luego lo reincorporaron, porque los clientes reclamaban su precisión para reconocer temas y discos con apenas escuchar referencias mínimas de sonido. Se sintió con suerte y los robos de discos continuaron para sus amigos y para su hermano Andrea. Lo echaron de forma definitiva.
Se quedó en Londres, conoció la heroína y se hizo adicto. Pero en 1979 tocó fondo: su adorada hermana Claudia se suicidó inhalando monóxido de carbono, en un auto junto a su novio. Antes se habían inyectado heroína. Luca la había iniciado en el consumo. La culpa le pesó y tuvo una sobredosis. Quedó en coma por varios días. Cuando se recuperó, buscó una salida. Tenía que empezar de nuevo. El futuro ya tenía un nombre: Argentina.
A Luca lo habían conmovido unas fotos que le había enviado su amigo Timmy McKern. Vio en esas imágenes familiares con las sierras cordobesas de fondo la redención que estaba buscando y le escribió diciéndole que planeaba visitarlo para las vacaciones. Llegó a Córdoba en 1980.
La idea de formar una banda rondaba por la cabeza de Luca, que volvió a Londres para hacerse con un dinero de la familia que le correspondía e invertirlo en Argentina (para comprar ganado o comprar instrumentos, una disyuntiva que rápidamente decantó para el lado de la música). En su estadía convenció a la baterista Stephanie Nuttal para que lo acompañara. Cuando regresaron a Córdoba, Luca, que tenía una melena frondosa, le pidió a Alejandro Sokol y a su pareja Lila, que lo raparan.
La primera formación de la banda se completó con Germán Daffunchio y Ricardo Curtet en guitarras, Alejandro Sokol en bajo y Luca Prodan en voz.
Grabaron temas para un disco. Todo iba bien, y Timmy, convertido en el mánager de la banda empujó por volver a Buenos Aires, a Hurlingham, Oeste del Gran Buenos Aires, de donde era la mayoría. Llegaron en 1981 y se asentaron en la casa de la madre de Timmy. Para ese entonces Luca, en un intento de bajar la ansiedad que le producía la abstinencia, había reemplazado la heroína por vino y más tarde por ginebra. Llegó a tomar una botella por día.
Se empezó a conformar la banda definitiva, porque Curtet se había quedado en Córdoba, la baterista volvió a Inglaterra en pleno conflicto de la Guerra de Malvinas a pedido de su familia y Sokol se había alejado en 1984. Se sumaron: Ricardo Mollo en guitarra, Diego Arnedo en bajo, Alberto Troglio en batería y Roberto Pettinato en saxofón. Grabaron en total cuatro discos: Corpiños en la madrugada (1983), Divididos por la felicidad (1985), Llegando los monos (1986) y After Chabón (1987).
Lo que sigue es historia conocida. En menos de seis años Sumo revolucionó el rock argentino incorporando estilos nuevos para la escena del under porteño como el ska, y el reggae y letras en inglés, cuando todo era en castellano. Tocaban en pubs, en clubes, en centros culturales y llegaron a grandes festivales y estadios como Obras Sanitarias. El último recital sucedió en el Club Atlético Los Andes, al sur del Gran Buenos Aires.
Nadie podía explicarse como un tipo que había venido de Europa, un tano cabrón y rebelde que hablaba en un castellano atravesado por el inglés, un skinhead por elección que había nacido en una familia acomodada y había recibido educación de privilegio, lograba con sus letras describir mejor que cualquier porteño la impronta de la ciudad y de barrios como el Abasto: “Tomates podridos por las calles del Abasto, / podridos por el sol que quiebra las calles del Abasto. / Hombre sentado ahí, con su botella de Resero, / los bares tristes y vacíos ya, por la clausura del Abasto. / José Luis y su novia se besan por ahí en el Abasto,/Yo paso y me saludan bajo la sombra del Abasto”.
O pintar tan bien a personajes que rondaban las discotecas a las que iban los chetos en la década del 80: “Caras conchetas, miradas berretas/ Y hombres encajados en Fiorucci/ Oigo “dame” y “quiero” y “no te metas”/”¿Te gustó el nuevo Bertolucci?”/La rubia tarada, bronceada, aburrida/Me dice “¿por qué te pelaste?”/Y yo “por el asco que da tu sociedad”/Por el pelo de hoy, ¿cuánto gastaste?
El periodista Bruno Larocca detalló la llegada de Luca a la casa de la Calle Alsina en 1987, luego de la ruptura con su novia, en una nota publicada en la revista Mavirock en 2013: “Luca llegó a la casa de la calle Alsina en mayo de 1987 con lo puesto, una guitarra criolla, ejemplares de una historieta española llamada El Víbora y algunos casetes”.
“Mi vida privada es triste. Es que pasó algo con mi novia, esas cosas aburridas que pasan en las telenovelas y te ponen mal. Eso te pone un poco bajo. Pero yo estoy feliz con el disco, es el mejor y el más imaginativo”, comentó Luca Prodan en una entrevista con el locutor Lalo Mir, en 1987.
Vivió apenas cuatro meses en la casa de la calle Alsina. De ese tiempo fugaz hay un registro luminoso en la película que lleva su nombre, Luca, realizada por Rodrigo Espina en 2007, uno de sus pocos y más cercanos amigos. Hay escenas de los días previos a su muerte. Se lo ve flaco, la remera y el pantalón le quedan holgados. Parece contento, toca el piano, canta, conversa y hace bromas con los presentes. En algún momento de la reunión, el plano se corta y la cámara vuelve a la habitación vacía donde una lamparita tenue se apaga para siempre y en esa oscuridad se lee: “Luca murió sonriendo en la madrugada de martes 22 de diciembre de 1987″. Tenía 34 años. La muerte fue declarada un paro cardio respiratorio producida por la ingesta de alcohol, tenía cirrosis, pero también ronda el fantasma de la heroína en esa noche fatídica.
Al igual que su tumba en el cementerio de Avellaneda donde los fans le dejan mensajes y botellas de ginebra, las puertas de la casa de la calle Alsina, empezaron a poblarse de escritos que no cesan. “Luca como una canción zumba en el viento y en el alma”; “Porque la música nos unió, te ama Mecha”. Algunas frases se repiten: “No tan distintos”, “Brilla tu luz en nuestros corazones”, “Nada te ata” “Los lentes son para el sol y para la gente que me da asco”, “Luca eterno”, “Luca Vive”, “Sumo not dead”. También están los de los fans de las nuevas generaciones: “Luca, tu luz brilla en mí, no te conocí, pero te quiero”. Y los escritos más actuales: “Mucho viejo vinagre usando barbijo”.
Desde la muerte de Luca a la actualidad la casa fue reconvertida y a partir de 2011, se transformó en bar con escenario donde se hacen fiestas y tocan bandas de rock. Está a cargo del músico Ariel Bélont, quien conserva tal cual la habitación donde murió Luca en el primer piso, a la que el público no tiene acceso. Pero la casa en sí sufrió varias intervenciones, incluida la puerta. En 2018, empleados del Gobierno de la Ciudad, pertenecientes a un programa de limpieza de graffitis, sin consulta previa la pintaron, tapando todas las inscripciones de los fans. Como la pintura no era de la mejor calidad, salió fácil y lograron volverla a su estado original.
En la puesta en valor actual, se tuvo en consideración ese episodio. “Nosotros encaramos las obras, teniendo en cuenta esa experiencia y el valor de la puerta en cuanto a la cultura popular. Por eso definimos que esa puerta no se tocaba y que quedaba así. Sí lo aclaramos porque también los ciudadanos tienen que saber porque se tomaron esas decisiones. No se interviene porque tiene un valor”, dice el subsecretario de Paisaje Urbano, Juan Vacas.
A treinta y seis años de su partida, el único reconocimiento de su valor y su enorme aporte a la historia del rock nacional es una placa que dice: “Aquí vivió sus últimos días Luca George Prodan, voz y líder de Sumo. Luz, sonido y poesía del rock nacional. Declarado sitio de interés cultural por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. 2007. Patrimonio histórico.”
Cuando Luca falleció, Enrique Symns escribió un texto que después se compiló en el libro, Fantasmas de luz, donde dice: “Todos cuentan anécdotas de Luca, todos estuvieron con él en alguna parte. Y esas pintadas no se equivocan. Ciertos animales bellos y calientes, ciertos duendes quedan palpitando por la eternidad en los corazones que alimentaron con su luz”.