Las piletas subterráneas que almacenan el agua que consumen los porteños
Un porteño abre una canilla y al instante sale agua. Otra chica, prepara la ducha para bañarse antes de salir a trabajar. Y el encargado de un edificio todas las mañanas usa una manguera para limpiar la vereda del edificio. Son todas acciones que tomamos como comunes, pero que llevan un extenso proceso de potabilización y de estructuras de más de 100 años de ríos subterráneos que corren debajo de las calles de la Ciudad para llevar el recurso natural hasta cada una de las bocas de las casas del AMBA.
Buenos Aires toma el agua que consume del Río de la Plata. Las tomas que se pueden ver desde la costanera norte bombean el líquido aún marrón hacia la planta potabilizadora San Martín, ubicada atrás de la pista de aterrizaje de Aeroparque.
Las instalaciones están ubicadas entre el Aeroparque Jorge Newbery y la avenida Figueroa Alcorta. Primero están los edificios de ladrillos, clásicos de las construcciones inglesas de principios de siglo XX. Hay decenas de piletas cubiertas de agua hasta el tope. Como un misterio, el líquido pasa por diferentes espacios hasta llegar al lugar de la reserva.
La planta San Martín cuenta con 11 reservas, cada una dividida en tres. Cada año, AySA limpia uno de los piletones subterráneos para quitar todo los sedimentos y filtraciones de la tierra. Para ingresar a este subsuelo ahora vaciado es necesario usar casco de obra, botas de goma y un traje blanco parecido a los que usan los peritos que investigan la escena de un crimen.
El vaciado de la zona lleva todo un operativo. Primero se cierra la compuerta para evitar que ingrese más agua. Después, un grupo de buzos de AySA entra a la reserva para terminar de sellar la compuerta desde adentro. Luego se procede a sacar el agua con bombas. “Al comienzo de esta planta, cada piletón de estos tenía una especie de tapón parecido al de una bañera. Se sacaba y el agua volvía al río”, cuenta Yanina Barrio Jefa de Planta Potabilizadora General San Martín.
Se baja por una escalera ubicada en la zona de filtrado y la humedad golpea fuerte en el pecho y todo se vuelve oscuro. Algunas luces led iluminan la zona en la que trabajan los operarios con las mangueras de hidrolavado. Este mismo suelo que recorre el tour de AySA se llenará de agua ya filtrada y próxima a ser distribuida a unas seis millones de personas en la Ciudad y el conurbano norte.
“Lo impactante es que estos sistemas casi intactos se originaron con la planta en 1913, cuando comenzó su construcción. Sólo con el tiempo se dieron algunos cambios en los filtros que lo hizo más veloces y en los procesos de introducción de cloro para su potabilización. Pero la estructura básica es de comienzos de siglo XX”, cuenta el arquitecto Pablo Jabibi, líder del proyectos de la Dirección de Plantas y Establecimientos de la empresa.
El piso de la reserva tiene unos centímetros de agua. Las paredes de ladrillos están ennegrecidas por los tratamientos químicos que reciben los líquidos. Solo en el techo del piletón subterráneo se ve el rojo de la construcción intacto. Hasta allí arriba no llega el agua que todo lo convierte con el más de un siglo de uso que tiene este espacio.
La reserva está construida al mismo estilo de los acueductos romanos. Con columnas con arcos abovedados. Los ladrillos los fabricó la misma empresa, Obras Sanitarias en aquel momento, en una fábrica de San Isidro. “Usaban la tierra que sacaban de la zona de la cava mucho antes de que se instalara allí un barrio de emergencia –explica Alejandro Sass, Técnico en Restauración de la empresa-. Es por eso por lo que esa zona quedó más baja”.
Sass es un apasionado con la historia del agua en Buenos Aires. Cuenta que a fines de siglo XIX los porteños “se bañaban dos veces por semana. Eso cambió con el tiempo por el mayor acceso al agua”. Buenos Aires sufrió la epidemia de fiebre amarilla que mató a cerca de un 8% de su población en 1871. Desde ese momento se empezó a pensar los sistemas de cloacas y agua potable para la población. “La importancia del lavado de manos llega hasta nuestros días con la última pandemia de coronavirus”, resalta el restaurador de AySA.
Sobre uno de los vértices de la reserva se escucha agua que corre. Es cristalina y pareciera que nunca va a dejar de salir. Como si fuera una catarata eterna. Es la zona en la que está la compuerta. Del otro lado los otros dos tercios de la enorme pileta subterránea está colmada de agua que será distribuida en los hogares del AMBA. “Tiene una filtración menor que todos los días achicamos para poder seguir trabajando en la zona -explica el arquitecto Jabibi-. El agua que sacamos vuelve al río desde el sistema de desagüe”.
El tour organizado por AySA está a 9 metros de la superficie, en un lugar oscuro y húmedo. El único ruido es el agua que se filtra por la compuerta que nos separa de miles de litros que ya están listos para ser distribuidos por la Ciudad. Todo podría decantar en una de esas películas de cine catástrofe si la puerta de metal centenaria cediera. Correríamos hasta la escalera salvadora y habría escenas de heroísmo con música de tensión de fondo. Pero nada de eso sucede. Los trabajadores limpian un sector de la pileta subterránea y nada altera la tranquilidad del trabajo bajo tierra.
El proceso en la Planta Potabilizadora General San Martín se divide en dos etapas principales: la potabilización y la distribución del agua. En la primera etapa se llevan a cabo diferentes procesos como la coagulación, decantación, filtración y cloración. Esto permite eliminar los sedimentos y materia orgánica presentes.
Una vez potabilizada, el agua viaja por debajo de la ciudad hasta las estaciones elevadoras, donde se inyecta con presión en la red para su distribución. La planta trata diariamente alrededor de 3.100 millones de litros de agua.
El agua es captada desde el río a través de la torre toma, ubicada a 1600 metros de la orilla. En esta etapa, se filtran los elementos más grandes como troncos y productos plásticos. Luego, trece bombas verticales elevan el líquido diez metros sobre el nivel del río hasta la cámara de carga. Desde allí, el agua fluye por gravedad a través de diferentes procesos, pasando por la coagulación, decantación y filtración, hasta llegar a las reservas ubicadas nueve metros bajo tierra.
La materia orgánica presente en el Río de la Plata representa un desafío importante en el proceso de potabilización. La planta es en forma literal una “fábrica” de agua que convierte el líquido color león en agua potable para el consumo humano.
La decantación es el primer tratamiento que ocurre en extensas piletas al aire libre y dura aproximadamente dos horas. Durante esta fase, se retiene hasta el 97% de las partículas de arcilla, microorganismos, materia orgánica. Allí el agua ya empieza a tomar un tono más claro, parecido a como sale por las canillas de las casas porteñas.
De allí. el líquido desciende hasta los filtros, que consisten en rectángulos bajo techo a nivel del suelo. Estos filtros están compuestos por una capa de arena fina seguida de una capa de grava clasificada, que retienen la materia residual en suspensión y aseguran un agua cristalina. El agua filtrada es luego almacenada en las reservas, donde se le agrega cloro como agente desinfectante y se ajusta su ph mediante la adición de cal para evitar la corrosión de las cañerías.
Una vez tratada y almacenada en las reservas durante un período de dos a cuatro horas, el agua es transportada a través de una red de ríos subterráneos, megacañerías ubicadas a una profundidad de hasta 35 metros, con diámetros que varían entre 2,6 y 4,6 metros. Estos ríos subterráneos están conectados a las distintas estaciones elevadoras distribuidas por la ciudad y el conurbano.