Caminito en La Boca, de ferrocarril abandonado a museo a cielo abierto

El 18 de octubre de 1959, el barrio de La Boca vivió una jornada especial que quedó grabada para siempre en la memoria porteña. Con el estruendo de petardos a la vera del Riachuelo y el sol reflejando los colores brillantes de las fachadas, se inauguraba oficialmente Caminito, la calle-museo al aire libre que se convirtió a lo largo de las décadas en una de las principales atracciones culturales y turísticas de la Ciudad de Buenos Aires. Lo que una vez fue un simple paso del ferrocarril, se transformó gracias a la visión del pintor boquense Benito Quinquela Martín y el esfuerzo de sus vecinos, en un espacio donde el arte y la historia del barrio convergen.

Caminito es mucho más que una calle pintoresca; es un símbolo del espíritu de La Boca, un rincón que celebra su identidad a través de su arquitectura, sus colores y, sobre todo, su conexión con el tango.

El día de su inauguración las autoridades de la ciudad y un público expectante se congregaron en la esquina de Pedro de Mendoza y Del Crucero, en el corazón de La Boca, para presenciar la inauguración oficial de Caminito. Eran las 18 horas. A la cabeza del evento se encontraban figuras clave como Hernán M. Giralt, jefe de la comuna, y Mariano Garrido, escribano mayor de gobierno, quienes fueron recibidos por el artista plástico Benito Quinquela Martín y el compositor y músico Juan de Dios Filiberto, dos referentes indiscutibles del barrio y del arte porteño.

El ambiente festivo fue acompañado por la Banda Sinfónica Municipal, dirigida por el maestro Domingo Calabró, quienes, junto con el público presente, entonaron las estrofas del Himno Nacional Argentino. Tras este emotivo momento, Quinquela Martín tomó la palabra con un breve discurso, cediendo luego el micrófono a Hernán Giralt, quien expresó la importancia del nuevo espacio cultural. Giralt destacó que Caminito “encierra algo así como la esencia espiritual de La Boca” y explicó cómo el arte, a través de la belleza del pasaje, puede “florecer maravillosamente cuando el corazón humano acierta a interpretar los signos melancólicos” de esta histórica senda.

Finalmente, con el descubrimiento de la placa conmemorativa, Caminito se consolidaba como un nuevo hito porteño.

Antes de convertirse en un museo a cielo abierto, Caminito fue un simple tramo de una vía ferroviaria en desuso. El lugar era conocido como “La Curva” por su forma sinuosa, que seguía el cauce de un arroyo que desembocaba en el Riachuelo. Esta vía formaba parte del ramal del Ferrocarril Buenos Aires al Puerto de la Ensenada, inaugurado en 1866. El tren conectaba el barrio de La Boca con el puerto, y fue vital para el desarrollo industrial y comercial de la zona.

Sin embargo, en 1928 el servicio ferroviario fue clausurado y, poco a poco, el lugar comenzó a deteriorarse, convirtiéndose en un basural. El otrora bullicioso ramal que transportaba cargas entre la estación General Brown y los muelles de La Boca se fue desvaneciendo de la vida cotidiana del barrio, y lo que quedó fue un terreno baldío olvidado.

Fue en 1950 cuando un grupo de vecinos, liderados por el artista boquense decidió actuar. Motivados por su profundo amor por el barrio, estos vecinos comenzaron a limpiar el lugar y a imaginar un nuevo destino para ese espacio abandonado. La propuesta de Quinquela Martín fue audaz y creativa: transformar esa pequeña calle, de apenas 150 metros, en un museo al aire libre.

El pintor se inspiró en la célebre canción de tango “Caminito” (1926), compuesta por Juan de Dios Filiberto, cuya música evocaba su propia juventud en el barrio. Aunque la letra del tango, escrita por el poeta mendocino Gabino Coria Peñaloza, se refería a un sendero en Olta, en la provincia de La Rioja, donde tenía una novia. La conexión emocional de Filiberto con La Boca fue suficiente para que Quinquela Martín eligiera este nombre para la calle. Así, el espacio comenzó a cobrar nueva vida, con la estridente paleta de colores que caracterizaba las obras del pintor.

La intervención no se limitó a las fachadas, también incluyó la instalación de esculturas y obras de arte donadas generosamente por sus autores. En palabras del propio Quinquela Martín: “Un buen día se me ocurrió convertir ese potrero en una calle alegre (…) el viejo potrero fue una alegre y hermosa calle, con el nombre de la hermosa canción, y en ella se instaló un verdadero museo de arte”. Así, el pasaje Caminito comenzaba a consolidarse como el emblema cultural que hoy conocemos, una obra que surgió del esfuerzo colectivo y del deseo de revitalizar un espacio que, de otro modo, habría caído en el olvido.

La historia de Caminito está indisolublemente ligada a la figura de Benito Quinquela Martín. Nacido en este barrio en 1890 y abandonado de niño, fue adoptado por un matrimonio humilde que trabajaba en la venta de carbón. Desde su juventud, fue testigo de la vida en el puerto, las labores de los estibadores y los colores intensos que definían el paisaje ribereño, elementos que posteriormente inspirarían su obra artística.

Quinquela, conocido por sus expresivas representaciones de la vida portuaria, de gran valor documental-, se convirtió en una de las figuras más destacadas del arte argentino en el siglo XX. Pero más allá de su prolífica carrera como pintor, desde la década de 1930, comenzó a delinear un ambicioso plan para mejorar su barrio, con la intención de convertirlo en un polo cultural y social. El artista donó obras de arte, terrenos y edificios que sirvieron para la creación de diversas instituciones educativas y sanitarias, como la Escuela Museo Don Pedro de Mendoza, inaugurada en 1936, y el Instituto Odontológico Infantil, fundado en 1957.

Su mayor aporte a la estética boquense fue la idea de pintar los edificios del barrio con colores brillantes. Según el propio Quinquela Martín, la falta de color en la vida cotidiana de las personas generaba un estado de ánimo sombrío y apagado. Para combatir esto, decidió llevar el arte a las calles, coloreando las fachadas de los edificios del barrio con los tonos intensos que caracterizaban su obra. “El pueblo argentino es triste porque rinde un opresivo tributo a la falta de colores”, comentaba en una entrevista en 1962, destacando su deseo de llenar de color no solo La Boca, sino toda la ciudad y el país.

Este proyecto de revitalización del espacio público alcanzó su punto culminante con la transformación de Caminito en 1959. Quinquela no contaba con un plano específico sobre cómo debía ser pintada la calle, pero sí impuso su visión artística sobre los colores y la disposición cromática de los edificios. A través de este esfuerzo, logró que muchos vecinos se unieran a su propuesta y comenzaran a pintar sus casas con una distribución similar a la que el artista había concebido. Este detalle se ha mantenido a lo largo de las décadas y ha sido objeto de diversas restauraciones para conservar la atmósfera original.

El color en la obra de Quinquela Martín tenía un propósito más profundo que una cuestión estética. Para él, los colores brillantes influían positivamente en el estado de ánimo de las personas, y la belleza del entorno físico era un medio para mejorar la calidad de vida de los habitantes. Esta convicción fue lo que impulsó su insistencia en que las calles, los edificios y hasta el pavimento de La Boca estuvieran llenos de color. Su visión fue tan fuerte que en 1959, gracias al apoyo del concejal Armando Parodi, el Concejo Deliberante de Buenos Aires aprobó una ordenanza que obligaba a que las fachadas de los edificios del barrio fueran pintadas con colores vivos, reglamentados por una comisión en la que Quinquela Martín desempeñaba un papel clave.

Así Caminito se convirtió en una atracción turística y cultural y al mismo tiempo un símbolo de identidad para La Boca. El barrio, tradicionalmente hogar de inmigrantes y trabajadores portuarios, vio en el color una manera de resaltar su espíritu y de afirmar su identidad. La Vuelta de Rocha, las grúas del puerto, los remolcadores, y hasta los árboles de la Plazoleta de los Suspiros, todo fue cubierto por lo que se conoció como el “color Quinquela”.

En 2002, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires emprendió una restauración integral de Caminito para devolverle los colores originales que el paso del tiempo había desgastado. El trabajo incluyó la reparación de las fachadas, balcones y muros de los 24 inmuebles que rodean el pasaje, respetando la paleta de colores diseñada por el artista. Las restauraciones se realizaron basándose en fotografías históricas, incluyendo algunas publicadas en la revista National Geographic en 1959, que ayudaron a recuperar fielmente el aspecto original del lugar. La intervención abarcó también la renovación del adoquinado y la instalación de nuevas estructuras para los artistas que exhiben sus obras en la calle-museo.

En 2017, una nueva intervención completó el trabajo iniciado en 2002. Esta vez, se actualizaron los registros fotográficos y documentales para restaurar aún más fielmente los colores originales de la calle. En 2022, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires emprendió una nueva serie de trabajos de restauración en Caminito, que reafirmó su compromiso con la preservación de su legado. Las intervenciones se centraron en la reparación y mantenimiento de las fachadas coloridas, así como en la mejora de las infraestructuras que rodean el espacio. Los objetivos principales fueron mantener el aspecto visual que Benito Quinquela Martín había imaginado y adecuar el entorno a las exigencias de la alta afluencia turística que recibe año tras año.

Este proceso incluyó la actualización de la paleta cromática, que respetó los colores originales a partir de estudios históricos y fotográficos, así como la renovación del adoquinado y la infraestructura de servicio. Todo para ofrecer una experiencia enriquecedora a los millones de visitantes que transitan por sus 150 metros de arte e historia.

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