El arte de la caligrafía japonesa en Buenos Aires
En una época en que el acto de escribir es un mecánico teclear, el maestro Ryuho Hamano anda por el mundo generando una belleza visual con pinceles que potencia la preexistente en la poesía japonesa: traza ideogramas –“kanjis”– adicionándoles un estilo personal en la forma y una estética visual. Es el milenario arte del Shodo o “camino de la escritura” que se estudia en cada escuela. En un texto de Basho transcripto por Hamano está la subjetividad de ambos, un concepto inconcebible en occidente donde la obra es única y cerrada en sí misma.
Buenos Aires es una de las paradas de este artista que no solo viaja detrás de su obra: hace demostraciones en vivo. En la Biblioteca del Congreso Nacional se instaló una exposición suya de blancos lienzos con ideogramas y pronto vendrá en persona a ofrecer una taller.
En las paredes de la biblioteca cuelgan largos rollos verticales desplegados con ideogramas negros y también anchas telas sujetas al techo, gigantografías artísticas con gruesos y refinados trazos de belleza visual, cuya poesía escrita está traducida al castellano en los epígrafes.
La exposición “Japón en su escritura” la organizó la embajada japonesa por los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, invitando a reflexionar sobre la paz y la fuerza de las palabras, a partir de obras que evocan las cartas de despedida de los kamikazes y también la poesía clásica japonesa. El eje curatorial dialoga con el Manyōshū, la antología poética más antigua de Japón -siglo VIII- y con textos clásicos de los autores Bashō, Yoshida Kenkō y Sei Shōnagon.
La exposición en la Biblioteca del Congreso de la Nación -Alsina 1835, dura hasta el 12 de diciembre de lunes a viernes de 08:00 a 20:00h con entrada libre.
El maestro Hamano habló estos tiempos acelerados en que perdemos el uso artesanal de las manos, la contracara de su arte lento destinado a la contemplación: mientras en el mundo prima el teclado operado solo por la yema de los dedos, él opta por el pincel y la mano completa para escribir de una manera opuesta a la estándar que solo informa. Dice que “tipear en un teclado o un smartphone se ha convertido en moneda corriente, y la gente de todo el mundo ya no ´escribe con el corazón´. Cada vez que escucho noticias sobre la inteligencia artificial realizando tareas en reemplazo de la gente, me preocupa adónde irá a parar el corazón cálido de las personas de carne y hueso. Es cierto que el mundo se ha vuelto mucho más conveniente y beneficioso en los últimos años. Sin embargo, ¿sucede lo mismo con las relaciones interpersonales? La facilidad de tipear palabras ha llenado el mundo de calumnias e injurias. ¿Podés escribir “morite” con todo tu corazón? Me entristece que un instrumento tan querido y precioso como la palabra sea usado como herramienta para herir a la gente. Si la gente de todo el mundo diera un paso atrás y comenzara a ´escribir desde el corazón´, tal vez este tipo de calumnias disminuiría”.
Sobre un cruce entre caligrafía y zen, Hamano explica: “nunca he tenido conciencia del zen, pero al recordar el proceso que me ha llevado hasta donde estoy, siento que al usar el pincel he estado practicando algo similar al zen. De las obras exhibidas esta vez, “Círculo” y “Nubes blancas que abrazan la lejana y tranquila roca”, son frases zen.
-¿Cómo es el proceso de la mente para escribir caligrafía en relación con el zen? ¿Hay una búsqueda de la mente en blanco? ¿Hay que dejar ir al pincel por sí mismo? ¿O el pincel es guiado?
-Son todas dimensiones muy sofisticadas. Llevo 60 años sosteniendo un pincel y por fin empiezo a moverlo con naturalidad. Es como si alguien lo guiara. La caligrafía de aquellos monjes de alto rango que han alcanzado la iluminación zen llega al corazón, trascendiendo su habilidad. Esto se debe a que la obra ya es un reflejo exacto de la propia persona.
En la exposición Hamano también utiliza la milenaria técnica del sello Bunkoku originada en China, esas estampas imperiales talladas en jade exclusivas del emperador que representaban su estatus supremo y su firma. El maestro explica que el material utilizado para esos sellos era el bronce, pero en el siglo XVIII comenzaron a ser cincelados en piedra por razones prácticas. Fue entonces que se empezó a cuidar más su belleza y los sellos se consolidaron como una forma de arte: “al igual que escribir caligrafía con un pincel, al tallar cada línea se le da vida al sello. Se dice que el tallado de sellos produce un universo de solo 3 cm² y esto es un arte muy profundo”.
-La poesía occidental vale solo por la estética de la palabra. Japón es un país con un cuidado acaso único en la tierra de su estética visual, a todo nivel. He visto en Japón tapas de alcantarilla que son piezas de diseño muy sofisticadas, casi obras de arte. Hay una poética caligráfica que potencia a la poética misma de la palabra. ¿Alguna reflexión sobre este potenciamiento entre palabra y caligrafía?
-La caligrafía occidental utiliza las 26 letras simples del abecedario, lo que inevitablemente provoca la necesidad de elementos decorativos (uso de color o variaciones excesivas en la forma). La caligrafía japonesa me requirió investigar mucho sobre pinceles, tintas y papeles para poder escribir simplemente con un único color de tinta sobre un fondo blanco. Con estos elementos se escriben palabras y no solo se refleja en la obra su significado, sino también la belleza de la forma de las letras, así como la habilidad y los sentimientos de quien las escribió. Y es precisamente por eso que la persona misma emerge con tanta fuerza en su caligrafía. Por lo tanto, al observar las letras allí escritas, podemos inferir algo sobre la persona misma que las escribió.
-El libro Elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki desarrolla una elegía poética a la estética japonesa, contrastándola con el brillo y la ostentación de la cultura occidental. Su concepto central es la belleza de lo imperfecto, lo sutil y efímero –la estética wabi-sabi– que cuya máxima expresión es la penumbra: la sombra no es una ausencia, sino un elemento activo que da profundidad y la sugestión de lo implícito. Y valora los espacios en blanco dentro de un cuadro, esos “vacíos” que no son un simple fondo, sino un elemento cargado de significado: son ámbitos nebulosos y atmosféricos de los que emergen los objetos. Allí el espectador completa la escena. ¿Esto se refleja en su obra?
-Sí, se refleja en aquella frase de Tanizaki que dice: “la belleza de la sombra reside en que no lo ilumina todo”. En la pintura al óleo, cada rincón está pintado. En la caligrafía y la pintura con tinta, se dejan espacios en blanco. La pregunta de “¿cómo dejar un blanco de manera bella?” se convierte en un tema crucial. Esto también se refleja en todas mis obras, incluidos mi sellos tallados.
La exposición de Hamano en Buenos Aires tiene un sector dedicado a los kamikazes de la Segunda Guerra Mundial y el artista ha transcripto frases de las cartas que dejaban a su familia esos jóvenes antes de elegir morir matando. Allí se leen con la belleza dramática del pincel del maestro, frases como “Protegeré a mi país. Protegeré a mi familia”; “Amor a mi madre”; “Esta vez, yo también seré un pajarito”.
Entre los versos embellecidos por el pincel en esta exposición, Hanano eligió varios del Libro de las mil hojas, una antología poética del Japón de los siglos VII y VIII en su mayoría de autor anónimo. Uno de ellos reza: ¿La lluvia de primavera llegaría a empapar la ropa? / ¿Y si esa lluvia persistiera por siete días / pensarías en no venir durante esas noches aludiendo que la ropa se moja? / Te extraño.
Del anterior libro, una tinta sobre pergamino colgante reza: Como el agua que escondida fluye bajo las hojas de las montañas de otoño y trata de no ser vista desde fuera, aún sin poder verte, mis pensamientos hacia ti son más fuertes de los que tú amablemente me dedicas.
