Reabre en Barracas el último gran refugio del tango y la milonga
En el sur porteño un panfleto se está distribuyendo en comercios y entre cófrades. Dice: “Una buena noticia para los vecinos de Barracas y, por qué no, para toda la ciudad. En la vieja esquina de General Iriarte y Gonçalves Días, reabre sus puertas el bar Los Laureles”. Claro y directo, el mensaje generó alegría y esperanza en un barrio muy afectado por los cierres que trajo aparejados la crisis por la pandemia. “No lo hacemos para ganar dinero. Somos vecinos del barrio y nos une la pasión por devolverles a Barracas y al tango este bodegón”, afirma Sergio Mosquera, uno de los protagonistas de esta aventura de reconquista.
Arrabal, galpones, adoquín, fútbol y tango. Barracas conserva la magia de un vecindario donde el tiempo se detuvo. “Los Laureles es un emblema de este barrio, por acá pasó gran parte de su historia”, sostiene Mosquera. “Está muy difícil la situación, pero es un metejón que tenemos y nos mandamos para adelante”, agrega. Él y Claudio Sodini abrieron las puertas a la ilusión; ambos iban al bodegón, que en marzo de 2020 cerró y nunca más pudo volver a funcionar, aunque siguió presente en el inconsciente colectivo. En junio, los socios compraron el fondo de comercio y decidieron revivir esta esquina mistonga.
La reapertura significa un regreso del tango al sur de la ciudad. “Seguirá siendo un bodegón milonguero”, anticipa Mosquera. Orquestas en vivo, cocina porteña y todas las señales de la bohemia rioplatense. “Todo eso seguirá igual que antes, incluso atenderá el mismo mozo histórico”, agrega. “Para mí es una gran alegría, mi viejo era tanguero”, afirma Jorge Guzmán, que hace 48 años lleva hasta las mesas los pedidos. “Acá seguiremos sirviendo el vino en pingüino con sifón de soda”, suma, en otro guiño para sostener la tradición.
“Sentimos un gran orgullo y una inmensa responsabilidad”, confiesa Mosquera. El señorial bodegón tiene un salón con grandes dimensiones, de otra época. Una parte, con mesas, y luego un espacio vacío que tiene el damero de baldosas gastadas: la pista de baile donde se desarrollaron durante más de un siglo inolvidables milongas. “Esperemos que Los Laureles le devuelva el brillo a Barracas”, anhela Mosquera.
Los compadritos y sus piringundines ya no están. La modernidad ocupó esos inmuebles de la avenida Iriarte con bazares, verdulerías y talleres mecánicos. “Esta era una parte del arrabal porteño muy concurrido por cantantes de tango”, recuerda Mosquera, un estudioso de la historia del barrio. Enumera algunos de los que fueron parroquianos notables: Ángel Villoldo, Eduardo Arolas, Ángel Vargas y Enrique Cadícamo. “Era un bastión para todos ellos”, sostiene. “Ahora, desde que se han enterado de la reapertura, todos los días me llaman músicos y cantantes de tango para venir a tocar. Despierta mucha ilusión”, cuenta.
La esquina de Los Laureles, la opulencia de su construcción, evidencia un pasado de gloria. Construido en 1893, fue una pulpería en tiempos en los que Barracas era una zona de quintas y casas de familias acomodadas. Las ideas de progreso se originaban desde el sur hacia el norte. Pero la fiebre amarilla las obligó a mudarse a Recoleta y las quintas dieron lugar a las barracas de curtiembres y fábricas. El barrio fue la usina de trabajo de la ciudad. “La estación del ferrocarril Roca más importante era Hipólito Yrigoyen, la de Barracas, no Constitución”, sostiene Mosquera.
“La pulpería da paso al almacén de ramos generales y luego el tango comienza a estar presente en 1910”, grafica, sobre la evolución del bodegón. Desde ese entonces, el gen arrabalero lo apuntala. La primera mitad del siglo XX fue una ebullición. “Se construyeron los conventillos y se llenó de inmigrantes”, afirma. En las mesas de Los Laureles se oían todos los idiomas, principalmente el italiano.
¿Por qué se llama Los Laureles? Dos teorías están en juego, ambas evidencian la importancia del bodegón y de Barracas en los comienzos del siglo pasado. La primera: Uruguay tenía el mejor fútbol del Río de la Plata. Fue campeón olímpico en 1924, al año siguiente jugó un amistoso con nuestro seleccionado en la cancha del Club Sportivo Barracas, a cinco cuadras del bodegón. Ese partido fue histórico por varias razones. El estadio, en ese entonces uno de los más importantes del país, tenía capacidad para 15.000 personas. “Se colapsó y se tuvo que reprogramar para la semana siguiente”, detalla Mosquera.
Cuando finalmente se hizo el partido, Uruguay antes de jugar da una vuelta alrededor de la cancha. “De ahí surge la expresión vuelta olímpica”, señala Mosquera. Esa tarde, Argentina convierte el primer gol de corner de la historia del fútbol: “Esa clase de gol pasa a llamarse gol olímpico”, indica. Después del partido, los jugadores fueron al bodegón a festejar y les dieron una corona de laureles a los campeones.
La otra versión trae a escena a los boxeadores. En la década del 50 hubo una generación de notables pugilistas barraquenses, que ganaron premios locales, nacionales y algunos sudamericanos, pero ninguno fue campeón mundial. “Merecían los laureles”, decían en el barrio, cuenta Mosquera. “Todos paraban en el bodegón”, sentencia.
En las paredes y en cada rincón de Los Laureles, que fue declarado bar notable, se puede ver el transcurso de los 128 años de historia y de historias. “Queremos florecer en primavera”, anticipa Claudio Sodini, socio de Mosquera en la épica de recuperar “los códigos más genuinos del tango y la magia del encuentro con amigos”. El próximo 21 de septiembre es el día señalado para la reapertura. La noticia corrió rápido por el barrio y toda la ciudad.
“Los Laureles es el último sobreviviente de los años gloriosos del tango. Su reapertura representa a nuestra música popular igual sensación de contemporaneidad que la del Cabildo a la Revolución de Mayo. Es un hito”, describe Carlos Cantini, quien estuvo al frente hasta la pandemia de otro bar notable, La Flor de Barracas, el primer gran cierre que trajo la cuarentena. “Significa la continuidad narrativa de un barrio”, sostiene.
Conocedor de los cafés porteños, relata la importancia de este renacimiento. “La pandemia trae incertidumbre y grandes temores. Los viejos bodegones o cafetines son como volver a la casa de la vieja. Resulta un alivio saber que, al menos, algo de lo conocido sigue estando en su lugar y abierto. Es terreno firme donde relajar un rato”, resume Cantini.
“Albergó a la milonga, fue lugar de clásicos y también de experimentación. Siempre tuvo un micrófono abierto con un guitarrista dispuesto para que pudiera cantar quien quisiera. Ahí di mis primeros pasos en la música”, recuerda Lilí Gardés, cantante y compositora, que es referente en la unión del tango con la música electrónica. Los Laureles le permitió ser ese puente generacional. “Que reabra es fundamental para la gente, para el barrio de Barracas, para el tango y para nuestra cultura popular”, sostiene Gardés. Con la mirada puesta en tiempos de pandemia, reflexiona: “Todas las actividades artísticas, tanto seamos protagonistas como espectadores, nos permiten poner una pausa en nuestra realidad cotidiana. El tango, en particular, propicia el encuentro, el abrazo, algo que suena lejano en esta época de distanciamiento. Sin embargo, con protocolos y cuidados, se está volviendo de a poco a la pista. Y volver a la pista es volver a la vida”, confiesa.
“Ojalá que mejore la economía y Los Laureles devuelva algo de alegría a un barrio que está triste”, se entusiasma Mosquera. “Hacemos esto con mucho orgullo”, insiste. Mientras tanto, el gobierno de la ciudad le está renovando las veredas y podó los árboles que amenazaban el techo centenario. “Queremos poner un deck en la vereda”, explica, mientras espera la resolución de ese trámite.
Hermoso lugar.
Va a tocar de nuevo Lili Gardés ahí? Gracias