El carnaval, una antigua tradición en la ciudad de Buenos Aires
Traído a nuestras tierras por los conquistadores, el Carnaval es un festejo muy antiguo en el continente europeo. Los españoles experimentaban tal fervor hacia esta celebración que, en plena conquista, Hernán Cortés disponía por ordenanza las posturas que debían tomarse para el abasto de carne, entre Navidad y Carnestolendas, en los territorios que iban dominando. En América el carnaval incorporó elementos aborígenes y hasta alcanzó ribetes místicos precolombinos; como, por ejemplo, el de Oruro.
En el Río de la Plata, alrededor del año 1.600, los esclavos negros se congregaban junto a sus amos para celebrar este festejo. Durante la colonia, los carnavales porteños llegaron a ser famosos, e incluso fueron motivo de escándalo, como el “fandango” que se bailaba en la Casa de Comedias.
En 1.771, el gobernador Juan José Vértiz estableció los bailes de carnaval en locales cerrados, a fin de atenuar las “inmorales” manifestaciones callejeras de los negros. Al año, un grupo de personas molestas por los bailes que se celebraban antes de la cuaresma, y de los excesos que ocurrían en ellos, llevaron su descontento ante Carlos III, rey de España. El monarca, envió dos órdenes a Vértiz, por las cuales prohibía los bailes y le encargaba que: arreglase las escandalosas costumbres en que había caído la ciudad. El gobernador protestó ante el rey contestando que como se bailaba en España, también se lo podía hacer en Buenos Aires. No obstante, Carlos III promulgó una ley el 16 de diciembre de 1.774, en la cual prohibía los bailes de carnaval, alegando que él nunca los había autorizado en las Indias. Obviamente, no se respetó esta prohibición.
Tras la revolución de 1810, se volvió común entre la población, especialmente entre las mujeres, jugar intensamente con agua. Para lo cual, preparaban originales recipientes, los más usados eran los huevos, a los que vaciaban de su contenido practicándoles dos agujeritos en los extremos, y luego, tras haberlos rellenado con líquidos, los tapaban con cera. También usaban como recipientes las vejigas de los animales, en particular las de los cerdos, que atiborraban de agua. Las aguas podían ser claras y perfumadas, pero casi siempre eran coloreadas, sucias y malolientes.
Los esclavos aprovechaban para mojar a todo el mundo, cobrándose así pequeñas venganzas. Estos juegos terminaban, muchas veces, con heridos o algún muerto. Por eso cada comienzo de carnaval se dictaban medidas preventivas, que nunca funcionaban porque los policías también jugaban al carnaval.
En los tiempos de Juan Manuel de Rosas, el carnaval fue esperado con entusiasmo, en especial por la gente de color, protegidos del caudillo. En 1.836, sólo se permitía el juego con agua durante los tres días de carnaval, y el horario era anunciado desde la Fortaleza (actual Casa Rosada) con tres cañonazos al comienzo, 12 del mediodía, y otros tres para finalizar los juegos, al toque de oración (seis de la tarde). También se permitieron las máscaras y las comparsas, previa autorización de la policía. Pese a las reglamentaciones de la época rosista, las costumbres del carnaval también fueron cayendo en excesos. Jinetes, disfrazados con plumas rojas en la cabeza y moños en las colas, aparecían sorpresivamente en la ciudad, arrojaban huevos de avestruz llenos de agua, cenizas y desperdicios; y se aprovechaban de las mujeres que jugaban al carnaval, manoseándolas, rompiendo sus ropas y hasta abusando de ellas. Rosas mismo, luego de haber fomentado el carnaval, lo suprimió por decreto el 22 de febrero de 1.844.
Las celebraciones se reanudaron recién 10 años después. Pero el carnaval volvió más reglamentado que antes, se realizaban bailes públicos en distintos lugares de la ciudad, previo permiso policial. Por esos años, en barrio Montserrat surgieron las primeras comparsas, éstas organizaban los desfiles y usaban un repertorio previamente ensayado, como en los candombes. A través de las comparsas se emitían toda clase de críticas de las que, ni siquiera los más altos funcionarios de la administración, quedaban exentos.
En 1.869 se realizó el primer corso en la calle de la Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen). Tenía 5 cuadras: llegaba hasta la plaza de Lorea. Participaron 16 comparsas tocando guitarras, violines y cornetas.
A fines del siglo XIX, pese a la ordenanza que prohibía arrojar agua en los días de carnaval, se hicieron famosos los pomos Cradwell, que se vendían en la farmacia Cradwell de la calle San Martín y Rivadavia. Estos arrojaban agua perfumada.
Al despuntar el siglo XX, cada barrio tenia su murga. Eran organizados por vecinos y comerciantes. Las plazas y las fachadas de los edificios se adornaban con guirnaldas, banderines y lamparitas de colores.
La Avenida de Mayo albergó al corso oficial de la ciudad que se extendía desde las calles Bolívar y Buen Orden (actual Bernardo de Irigoyen) hasta Luis Sáenz Peña. También en los bosques de Palermo se realizaban desfiles de carruajes, evento al que se denominaba “Corso de Flores”.
Para quienes preferían un ambiente más selecto, se celebraban bailes en el Jockey Club y el Club del Progreso. También los teatros como el Opera, el Politeama, el Marconi y el Smart, se convertían en salones de baile. La orquesta se situaba sobre el escenario, y los palcos se alquilaban.
Los bailes de Carnaval fueron la base de lanzamiento del tango. Los grandes clubes deportivos congregaban a famosas orquestas de tango, entre ellas, la de Francisco Canaro y Di Sarli.
En la década del 30, las agrupaciones de carnaval de los barrios pasaron a tener nombres paródicos, acompañados del nombre del barrio de origen: Los Eléctricos de Villa Devoto; Los Averiados de Palermo; Los Criticones de Villa Urquiza; Los Pegotes de Florida y Los Curdelas de Saavedra, son algunas murgas legendarias de aquella época.
Los feriados de carnaval fueron establecidos en 1956. La dictadura en 1.976, a través del decreto 21.329, firmado por Jorge Rafael Videla, derogó el artículo primero del decreto ley por el cual el lunes y martes de Carnaval eran feriados nacionales. En 1983, con el retorno de la democracia, las calles de Buenos Aires retomaron la música, el espíritu y el color del carnaval. Con el decreto 1584/10, a partir del año 2011 el carnaval porteño volció a considerarse Feriado Nacional.