Museo del Holocausto de Buenos Aires

La ciudad de Buenos Aires cuenta, desde febrero 2020, con uno de los mejores y más modernos museos del Holocausto del mundo. El despliegue es totalmente interactivo, con magníficas imágenes y análisis detallados de lo que fue pasando con la comunidad judía desde antes del surgimiento del nazismo hasta la masacre. Incluso hay material expuesto sobre la Argentina y la sucursal del partido nazi, que fue la mayor filial nacionalsocialista fuera de Alemania, con acto en el Luna Park incluido.

Uno de los puntos culminantes de la muestra es el acceso a un diálogo con una sobreviviente, pantalla mediante, a la que el visitante le puede hacer todas las preguntas que se le ocurran. Y las respuestas provienen de un programa -casi único en el mundo- de inteligencia artificial, contestaciones expresadas por ella misma digitalmente.

La remodelación total del edificio de la calle Montevideo 919 llevó más de dos años y se hizo a partir de fondos conseguidos por la conducción del museo, hoy a cargo del empresario Marcelo Mindlin, con los contenidos trabajados por el director Johnatan Karszenbaum. Son tres pisos luminosos consagrados a la historia más lúgubre de la humanidad, en una muestra que no tiene antecedentes en la Argentina. Hay documentación e imágenes impactantes.

La vida en los guetos, en los campos de concentración, lo que hacía el nazismo con los discapacitados, la publicidad, y al mismo tiempo cómo se reflejaba todo el genocidio incluso en la prensa argentina.

Por supuesto que uno de los grandes objetivos del Museo está en el terreno educativo. La previsión es que haya miles y miles de alumnos y estudiantes, primarios y secundarios, que visiten el edificio y vean con la mayor de las tecnologías todo lo que tuvo que ver con la matanza y la persecución. Por ahora, el Museo está abierto al público por las tardes, de 13 a 17, lo que permite destinar las mañanas a las visitas de los colegios.

Hay aspectos absolutamente novedosos en la muestra. Por ejemplo, una sección sobre el fútbol y el nazismo; las víctimas argentinas del Holocausto; la conferencia de Wannsee en la que se decidió la llamada solución final, es decir el programa de aniquilación; los criminales nazis que llegaron al país; los juicios de Nürenberg; la resistencia armada contra Hitler y las tapas de los diarios de Buenos Aires durante los años de la masacre.

Hay casi un piso entero, el primero, dedicado al siniestro jerarca Adolf Eichmann, uno de los jefes de la burocracia asesina del nazismo: él manejaba los traslados, los campos de concentración, las cámaras de gas y todo el armado de la organización que mató a millones de judíos, gitanos, opositores al nazismo, discapacitados.

La justicia lo buscó después de 1945, pero Eichman, con el nombre de Ricardo Klement, se escondió en la Argentina. Estuvo en Tucumán y luego en San Fernando, Provincia de Buenos Aires, donde trabajaba en la fábrica Mercedes Benz. De allí se lo llevó un comando israelí durante los festejos del sesquicentenario de la revolución de Mayo, en 1960.

El próximo 20 de mayo se cumplen 60 años de aquella operación que algunos llamaron Garibaldi, por la calle en la que vivía el genocida. Toda la historia e incluso el juicio posterior en Israel están reflejados en la muestra.

En el recorrido hay objetos rescatados por el Museo, valijas, una Torá, gigantografías con las propagandas nazis y se puede tener acceso a centenares de testimonios recogidos en su momento por la Shoa Foundation, que lideró el célebre director norteamericano de cine, Steven Spielberg.

El cineasta destinó a esa obra la totalidad de los beneficios que se obtuvieron con La lista de Schindler, la película sobre Oskar y Emilie Schindler, que salvaron a sus trabajadores de la muerte. Emilie vivió en el Gran Buenos Aires, en San Vicente, hasta su muerte.

El diálogo con una sobreviviente real, pero también virtual, es asombroso. El visitante puede preguntarle sobre lo que le pasó a su familia o sobre las enfermedades en los campos de concentración o sobre los trabajos o las cámaras de gas o el olor. No hay límite alguno. Es el producto de un trabajo increíble de inteligencia artificial, pero puesto en la boca y en la imagen de una persona real. Se trata del cierre de un recorrido impactante al más oscuro subsuelo de la historia.

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