Hace 85 años nacía la avenida 9 de Julio
Parece difícil de creer, pero la Avenida 9 de Julio, la arteria de colosal anchura que es, quizás, la más representativa de la ciudad de Buenos Aires, no siempre estuvo allí. Si bien el proyecto para su creación viene del siglo XIX, el primer tramo de tan solo cinco cuadras desde Bartolomé Mitre hasta Tucumán se inauguró recién el 12 de octubre de 1937.
Es decir, la icónica avenida que recorre de norte a sur los barrios de Retiro, San Nicolás, Monserrat y Constitución y que es, además, el lugar por excelencia de los festejos populares y de todo tipo de manifestaciones de tinte político y artístico, nació hace “apenas” unos 85 años.
“Las cinco cuadras de la 9 de Julio hirvieron ayer de gente y entusiasmo. El pueblo, el pueblo socarrón de los partidos de fútbol y las carreras, no pudo acallar su admiración, pues la avenida, de norte a sur, es más, mucho más de cuanto pudo imaginar su vanidad disfrazada de sorna”. Con estas palabras describía la crónica de La Nación, al día siguiente de la inauguración, la importancia que tuvo para los porteños de entonces la creación de la nueva arteria.
Al acto de apertura de la que ya se anunció entonces como “la avenida más ancha del mundo” asistió el intendente de la ciudad, Mariano de Vedia y Mitre y dirigió además unas palabras a la población el presidente de la Nación, el general Agustín P. Justo. Desde un palco poblado de autoridades ubicado a pocos metros del recientemente levantado Obelisco -erigido en 1936-, el primer mandatario destacó “la singular importancia” de la flamante avenida, que dotará “a la gran urbe de una arteria de circulación digna de su pujante desarrollo y asombroso progreso”.
La inauguración continuó con la suelta de unas mil palomas blancas con las alas pintadas de celeste, orquestas en vivo y bailes populares hasta la noche, donde se destacó la notable iluminación de la Avenida. “Y es, por doquier, la misma emoción, el mismo latido que nos va diciendo que estamos en el corazón de Buenos Aires -señalaba la crónica de La Nación-. Se nos ocurre que nuestra capital es como otra Bella Durmiente, agobiada hasta hoy y encubierta, pero que poco a poco se va despertando y arrojando los velos desteñidos para mostrarnos la noble plenitud de su hermosura”.
Pero es claro que este “despertar” del primer tramo de la 9 de Julio, con la algarabía de los porteños, es solo un punto trascendente en la historia de esta avenida. Pero no es el primero -el proyecto original es de 1889-, ni tampoco sería el último, ya que las distintas prolongaciones de la artería se irían sucediendo hasta la década de los ‘70. Solo entonces se llegarían a completar los tres kilómetros con los que la vía urbana más famosa de Buenos Aires une la Avenida del Libertador, al norte con la Avenida San Juan, al sur.
Y lo que puede resultar obvio, pero todavía no se dijo, es que para la construcción de la 9 de Julio fue necesario demoler por completo las manzanas que se ubicaban entre Cerrito y Carlos Pellegrini, al norte de Rivadavia y entre Lima y Bernardo de Irigoyen, al sur. “Destruir sin recelo, hasta la crueldad”, decía la citada crónica, en referencia a los bloques de viviendas que debieron ser arrasados por miles de picos y masas para dar lugar a la majestuosa avenida.
El proyecto de la realización de una avenida que atravesara la ciudad de norte a sur surgió en la gestión del intendente porteño Francisco Seeber, entre 1889 y 1890, aunque no prosperó, y recién fue retomado en 1912.
Eran tiempos en los que Buenos Aires pretendía perder su fisonomía colonial. La ley 8855, promulgada ese 1912, establecía la expropiación de las manzanas entre Cerrito-Lima y Carlos Pellegrini-Bernardo de Irigoyen para la construcción de una avenida que tendría solo 33 metros de ancho (la franja del centro de las manzanas), una medida similar a la Avenida de Mayo, que había sido abierta para el centenario de la Revolución de Mayo, en 1910.
La idea era conectar las áreas más activas del norte de la ciudad con las más postergadas del sur, a la vez que se buscaba dar una mayor fluidez al tránsito de la ciudad, que crecía y se hacía más intenso a medida que subía la población de la ciudad y aumentaba su parque automotor. Con esta última intención se había construido un tiempo antes la Diagonal Norte y se había ensanchado la calle Corrientes.
En la intendencia de Joaquín de Anchorena, que dirigió la ciudad entre 1910 y 1914, comenzaron a adquirirse las propiedades ubicadas en las manzanas mencionadas, pero las expropiaciones, por falta de recursos legales y financieros, se realizaron de manera gradual y alternada, algo que provocó que las obras se demoraran unos 25 años, según explica un trabajo sobre la 9 de Julio realizado por la arquitecta y docente Adriana Guevara, para la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA.
“En 1933, un nuevo proyecto propuso demoler las manzanas completas para lograr una avenida que tendría 140 metros de ancho. Pero claro, otra vez la falta de fondos. Se decidió construir solo cinco cuadras de Avenida, entre Tucumán y Mitre, que se inauguró en 1937 como la avenida más ancha del mundo. Y en proporción, la más corta”, escribe Díaz Diez, profesor de tango y apasionado de la historia porteña, en uno de sus posteos en su cuenta de Fotos Antiguas.
Así, postales aéreas tomadas en 1936 permiten ver lo que luego sería la primigenia 9 de Julio ocupada por manzanas repletas de edificios y construcciones. Solo se puede identificar la imagen como la previa de la nueva avenida por la presencia del Obelisco en el centro de la escena.
En tanto, en otra imagen tomada apenas un tiempo después, es posible ver el mismo tramo sin esas cinco manzanas con construcciones. En su lugar ya está plantada la Avenida, con su calzada central y sus ramblas arboladas en a los costados, que separan la 9 de Julio de sus calles laterales. Además, hay algo que no se ve en las fotos: la arteria cuenta con modernos estacionamientos subterráneos.
Por unos años más, esas cinco cuadras originales se mantuvieron como una breve muestra del ambicioso proyecto de unir el norte con el sur de la ciudad. Pero se sabe que para 1947 pudo habilitarse el tramo de la 9 de Julio que iba de Bartolomé Mitre hasta Belgrano. La avenida había crecido cinco cuadras hacia el sur.
Los registros históricos son esquivos a la hora de encontrar alguna fecha de inauguración del nuevo tramo. Quedan, eso sí, los archivos fotográficos, en los que se puede percibir el cambio contundente del paisaje porteño entre 1944 y 1947. En la primera imagen, tomada desde algún punto alto de la Avenida Belgrano hacia el norte, otra vez se ven infinidad de construcciones. En el fondo, apenas se vislumbra entre los edificios la punta del Obelisco.
En 1951, la 9 de Julio llegó hacia el norte hasta la calle Paraguay, extendiendo tres cuadras su límite original. A partir de allí, se detuvieron por unos años las ampliaciones, para retomarlas recién a finales de la década del ‘60. Así, las obras de demolición se pusieron en marcha y la avenida llegó en 1971 hasta Santa Fe al norte y a Independencia al sur.
Un año más tarde, hacia el sur, la arteria se extendió hasta San Juan, y en 1975 alcanzó la intersección con Caseros. Hacia el norte, en tanto, la 9 de Julio fue sumando cuadras a través de los años. En 1976, llegó a Arenales; 1979, a Arroyo y en 1980, a avenida del Libertador.
Con la construcción de las autopistas urbanas -mediados de los ‘70 hasta bien entrados los ‘80- la 9 de Julio empalmaba a la altura de San Juan con la que se llamó autopista 9 de Julio sur. Desde el 2008, esta autovía lleva el nombre del presidente Arturo Frondizi.
El último cambio notable que experimentó la fisonomía de avenida y que no tuvo que ver con demoliciones, fue realizado en el siglo XXI. Fue en 2013, cuando el gobierno porteño instaló a lo largo de su franja central el sistema de transportes de colectivos conocido como Metrobús.
Según el testimonio de un capataz de obra, para derrumbar una manzana se utilizaban unas 250 personas, en un proceso que llevaba alrededor de tres meses. Para darle paso a la totalidad de la avenida, unas 20 cuadras sucumbieron al pico demoledor.
Los vecinos que habitaban las viviendas que fueron demolidas fueron relocalizados. En otro video de la colección del archivo DiFilm de un noticiero de 1967, el secretario de obras públicas de entonces de la ciudad de Buenos Aires, ingeniero Onetto, indicaba cuál sería el destino de las personas que debían dejar sus propiedades por la construcción de la avenida: “Les vamos a ir proveyendo su realojamiento en viviendas que se van a construir o facilitándoles los medios económicos para que puedan adquirir sus propias viviendas”.
Entre las construcciones que fueron tiradas abajo por el impulsivo accionar del progreso se encontraban algunos lugares icónicos de Buenos Aires, que volvieron a resurgir en otros puntos de la ciudad. Cerca de la zona del Obelisco, en la creación del primer tramo, fueron demolidos el lugar donde funcionaba el Teatro del Pueblo y la primera versión del Luna Park. Y a comienzos de los ‘70, durante la extensión de la avenida hacia el sur, cayó la Botica del Ángel, el legendario espacio artístico y cultural de Eduardo Bergara Leumann.
Pero hay dos edificios menos famosos que los mencionados arriba, que también cuentan una historia particular dentro de la epopeya urbanística de la realización de la 9 de Julio. Es que eran dos construcciones destacadas en su arquitectura que fueron erigidos muy poco antes de que comenzara a desarrollarse la Avenida. Y hoy apenas quedan de ellos algunos registros fotográficos.
El primero de ellos fue un complejo de departamentos llamado Solaire, que fue construido por el arquitecto León Dourge, en 1933, en la calle México 1050 (justo entre Lima y Bernardo de Irigoyen), pleno barrio de Monserrat, y en la cuadra donde se erigía antiguamente la histórica jabonería de Vieytes. Esta obra tenía la particularidad de que estaba conformada por tres cuerpos de departamentos de siete pisos cada uno que formaban una “u”, en cuyo centro había un espacioso patio central, lo que hacía que cada vivienda recibiera el sol y el aire que le daban el nombre a la obra.
Lo curioso es que para la fecha de construcción ya se sabía que la avenida pasaría por allí. El motivo es un misterio. “Posiblemente especularon con que sabían que eran muchos departamentos y en algún momento los iban a tener que vender. El gobierno pagaba muy bien, e iba a pagar más por todos esos departamentos que por una casa. Pero en definitiva, es un misterio y no sabemos por qué pusieron ahí ese edificio”, dice José Díaz Diez.
Lo cierto es que, mal que mal, el Solaire se mantuvo en pie por casi 40 años. Fue el último edificio demolido en la extensión del trayecto de la avenida entre Belgrano e Independencia, en 1970, ya que, por su belleza y comodidades, los trabajadores lo utilizaban como obrador.
El segundo caso corresponde a un majestuoso rascacielos de 12 pisos que se construyó en la Avenida Córdoba 1036, entre Cerrito y Carlos Pellegrini. “Fue un edificio lindo y moderno, construido muy poco antes de que se erigiera la avenida 9 de Julio”, cuenta Díaz Diez, que agrega que los constructores especularon con que la avenida iba a ser angosta, y podrían vender los departamentos a muy buen precio, ya que darían justo de frente a la nueva arteria.
“¿Pero qué pasó? La avenida fue mucho más ancha de lo que pensaron, así que no les quedó otra que demolerlo”, dice el creador de Fotos Antiguas de BA, que apunta que no se sabe mucho más de ese edificio. Son un misterio hasta el día de hoy muchas de las cuestiones relativas a esa torre de la avenida Córdoba, como, por ejemplo, quién fue su constructor, o si llegó a ser habitado antes de su caída definitiva.
Pero hubo otro edificio que también se comenzó a construir poco antes de que la 9 de Julio se inaugurara. Más precisamente, en 1934. Se trata de un icónico rascacielos que se levantó en la traza de la avenida y que, sin embargo, es el único que no fue demolido. Ubicado en la 9 de Julio 1925, entre Belgrano y Moreno, esta mole racionalista de 22 pisos, ideado por el entonces director de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas de la Nación de entonces, José Hortal, fue creada precisamente para ser la sede de ese ministerio. Actualmente funcionan allí los ministerios de Desarrollo Social y de Salud de la Nación.
Este edificio es fácilmente reconocible porque tiene en sus flancos norte y sur el rostro de Eva Perón y sobre todo porque es la única obra, además del Obelisco, que se encuentra sobre la Avenida. Pero lo que pocos saben es que alguna vez se proyectó la construcción de un rascacielos gemelo al edificio del Ministerio de Obras Públicas, a levantarse justo enfrente de este, también sobre la 9 de Julio, pero del lado oeste. El plan había sido pensado cuando se imaginaba una avenida de un ancho de 33 metros pero, como se observa a simple vista si uno está en la avenida, el proyecto jamás fue llevado a cabo.