Visita performática al edificio La Prensa

El edificio tiene seis pisos, dos subsuelos, un patio central, ascensores antiguos y un salón dorado con espejos inspirado en el Palacio de Versalles. En la azotea, a la que se accede por una escalera estrecha, hay una estatua de Palas Atenea, diosa griega de la sabiduría, con una antorcha en la mano. En cerámicas, dinteles y paredes hay símbolos masónicos: escuadras, un ángel con un globo terráqueo, un águila. “El 28 de mayo de 1899 quedó inaugurada, con una gran fiesta en beneficio del Patronato de la Infancia, esta fastuosa sede que se levantó en solo dos años”, informa el programa con formato de diario de Traza, un recorrido performático por el edificio La Prensa, Monumento Histórico Nacional donde funciona el Ministerio de Cultura porteño.

Traza funciona hasta el 19 de diciembre, de viernes a domingos, a las 18.30. Invita a conocer en noventa minutos los rincones y los secretos del palacete de José C. Paz, fundador del diario La Prensa, ubicado en Avenida de Mayo 575. Julieta Ascar, Alejandro Tantanian, Mariana Obersztern y Alejandro Ros son los curadores de este proyecto artístico: una visita guiada que combina dosis exactas de historia, humor, reflexión y mirada crítica. Aunque el guía (Manuel Hermelo) insiste en demostrar que está desinformado y que tuvo que buscar algunos datos en Google porque, en realidad, no es guía, pero necesitaba el trabajo, todo (o casi todo) lo que dice a los asistentes está basado en datos y sucesos históricos.

Una de las curiosidades que más sorprende a los visitantes es la sirena que los directivos del diario hacían sonar cada vez que había una gran noticia. La gente de la zona ya sabía: cuando escuchaba ese sonido, corría a las vidrieras del edificio, donde se colocaban pizarras con las páginas del vespertino, para enterarse de la primicia.

“Aun en plena noche, la ciudad entera se lanza a la calle porque si ella suena es que algo maravilloso o atroz acaba de suceder”, dice el periódico de Traza. Y agrega: “La sirena de La Prensa sonó por primera vez el 27 de julio de 1900 porque habían asesinado al rey Humberto I de Italia. En 1969, cuando los hombres llegaron a la Luna; cuando Argentina ganó la copa del Mundial ‘78; el 2 de abril de 1982; el día que asumió la presidencia Raúl Alfonsín. Se la oyó por última vez el 19 de marzo de 2013 a las 12 del mediodía por el Papa Francisco”. La sirena suena ahora también como uno de los recursos de la narración performática.

Otro recurso es la luz de la antorcha de Palas Atenea, que volvió a iluminar el cielo en el atardecer de los viernes, sábados y domingos, cuando se hace la visita. Según Hermelo, en su rol de guía inexperto, es una especie de faro que apunta hacia el río. “Ahora mismo –dice con los pelos al viento en la terraza- está emitiendo un mensaje en código morse”.

Instalada a 42 metros de altura, la estatua mide cinco metros y pesa más de seis toneladas. Son muchos los visitantes que no conocían su existencia y no dejan de sacarle fotos desde la terraza, donde se la ve de espaldas. Realizada por el escultor francés Maurice Bouval, tiene una farola de bronce en una mano y una hoja de diario en la otra.

A partir de la convocatoria del Ministerio de Cultura porteño a comienzos de año para presentar un proyecto creativo diseñado especialmente para este edificio histórico, semivacío por la pandemia, Ascar, Tantanian, Obersztern y Ros armaron esta performance en movimiento “que nos invita a reflexionar sobre los cambios en los modos de habitar los espacios a través de la exploración artística, interpelando nuestro patrimonio cultural”.

Así lo explican en el diario Traza, editado por Liliana Viola, con textos de Gabriela Cabezón Cámara y Gustavo Dieguez: “Supone un aporte multidisciplinario al debate sobre las transformaciones del centro urbano y de los usos de los espacios públicos y privados ocasionadas por la Pandemia Covid19. Traza se convierte así en la marca invisible de un paseo atemporal por el edificio La Prensa”.

La marca atemporal se refleja en el look de Zoe Di Rienzo, que recibe al público en el hall de entrada, poblado de mostradores de madera noble y ventanillas como de estación de tren donde se vendían los ejemplares de La Prensa. Frente a un grupo todavía desconcertado, que al principio no sabe dónde ubicarse ni qué pasará allí adentro, Di Rienzo da indicaciones y reparte los ejemplares del diario de única edición.

Volverá a aparecer sobre el final para “rematar” lotes de materiales del edificio: toneladas de mármol y bronce, columnas doradas, rejas decoradas que adornan los balcones y varias placas conmemorativas ubicadas en las paredes del patio. Las frases y las firmas que aparecen en esas placas son otro elemento clave del guion del recorrido.

Otra clave es la simbología masónica que José C. Paz impuso al edificio. Sobre el reloj que ya no funciona, ubicado en lo alto del patio, hay un águila que representa “el ojo que todo lo ve”. En el piso del hall hay un lazo místico, que simboliza la fraternidad. Y en el salón dorado hay angelitos de bronce que sostienen distintos elementos: uno es un globo terráqueo. Parte del desafío de la visita está en reconocer los símbolos y descifrar su significado: algunos están a la vida y otros, escondidos, como las letras P que rinden tributo al anhelado progreso. Dicen, también, que a la prensa, la pluma y la Paz.

En el enorme salón de baile hay dos espejos, uno de cada lado. Ubicados estratégicamente, dan una sensación de amplitud que impone, aún más, el nivel de sofisticación del palacete del microcentro porteño diseñado por arquitectos franceses. Aunque ahora se escuchan bombos de fondo, allí sonaba música exquisita en las veladas paquetas y doradas organizadas por la familia Paz. Según las crónicas de la época, algunos de los invitados más célebres fueron Albert Einstein, Louis Armstrong y Jorge Luis Borges.

Música (o, más bien, sonidos como latidos de corazón) se escucha durante casi todo el recorrido. Pero donde más resuena es en el subsuelo de 2500 metros cuadrados, donde funcionaba el taller de impresión. Ahora está vacío. Por eso se destaca la instalación lumínica de Karina Peisajovich. La artista fue convocada por los curadores al igual que Diego Vainer, a cargo de la intervención sonora. Otro artista invitado para colaborar creativamente en el proyecto fue el cineasta Alejandro Fadel, que filmó un cortometraje de veinte metros en el mismo edificio. Como una especie de epílogo de la visita, La exposición de París se puede ver online a través de un código QR que se habilita a la salida o desde la plataforma web de Traza.

El ambiente más personal del palacio Paz es su despacho. Escritorio imponente, biblioteca, chimenea, techos dorados y gran araña conviven en peculiar (des)armonía con una fotocopiadora laser, un aire acondicionado y un expendedor de agua con vasos descartables. Y un pote de alcohol en gel, que alguien depositó sobre una mesa ratona, donde también quedaron papeles impresos como souvenir de la jornada de trabajo de los empleados del Ministerio.

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