El Planetario porteño cumplió 55 años
Se celebraron los 55 años de la primera función del Planetario porteño Galileo Galilei, un período en el que este «teatro de la astronomía» cambió los proyectores mecánicos y las lamparitas de cristal por un sistema digital, pero siempre vinculado al público -recibe la visita de 400.000 personas al año- y sosteniendo la bandera de la divulgación científica.
Desde hace más de medio siglo el Planetario tiene el poder de convertir al día en noche: el público ingresa a una sala que se oscurece de repente y aparecen sobre sus cabezas más de 4.000 estrellas en un domo semiesférico de 20 metros de diámetro.
«Esas estrellas no son inventadas, sino que están copiadas en posición, color y brillo del cielo real», explicó Mariano Ribas, coordinador del área de Divulgación Científica del Planetario de Buenos Aires.
El planetario es un aparato que está en el centro de la sala y proyecta puntos de luz que son réplicas de todas las estrellas, precisó el periodista y divulgador especializado en Astronomía.
«Si se lo prende ahora, se puede ver el cielo de esta noche o recrear el cielo del año 500 o del 7.000. Hoy en día podemos adelantar o retroceder el tiempo a voluntad», sostuvo Ribas.
Hoy el planetario tiene la capacidad de reproducir electrónicamente la noche de cualquier época y lugar del mundo, y no se necesitan más que cinco minutos para preparar los parámetros astronómicos en la computadora.
Pero esto no fue siempre así. La primera función del Planetario fue el 13 de junio de 1967 para estudiantes de la Escuela Comercial Nº 1 de Banfield y del Colegio de la Santa Unión de los Sagrados Corazones, de la entonces llamada Capital Federal.
En ese entonces, el corazón del edificio era un planetario alemán marca Zeiss de funcionamiento mecánico que tenía 5 metros de altura y 2,5 toneladas de peso.
En la sala no había butacas y los alumnos vieron de pie cómo estaría el cielo sobre Buenos Aires, la Antártida y el Polo Sur esa noche, guiados por el director del Planetario, el profesor Antonio Cornejo.
«No podía creer que eso que veía no fuera el cielo verdadero. Me quedé pensando en lo difícil que sería construir semejante aparato lleno de agujeritos», contó a Télam Elena Schvartz, quien, en 1967, a sus 14 años, fue una de las estudiantes de Banfield que participó de las primeras funciones experimentales.
Sin embargo, la inauguración oficial para el público llegaría al año siguiente, el 5 de abril de 1968, fecha en la que se presentaron tres funciones y la fila llegaba desde la puerta del Planetario hasta la esquina, en el Parque Tres de Febrero de Palermo.
«Había una gran expectativa por saber cuál iba a ser la reacción de la gente y fue una ovación», recordó Juan Carlos Forte, quien es doctor en Astronomía y miembro de la Academia Nacional de Ciencias, pero que en esa época comenzaba su carrera como parte del equipo técnico del centro astronómico porteño.
«Había terminado la primera función y la gente no salía de la sala. Se acercaban a preguntar», relató Forte, quien fue decano de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y docente universitario durante 40 años.
A sus 17 años, Forte ya era técnico electromecánico y se encargaba de ajustar al planetario: «Periódicamente había que hacer un alineamiento de las lámparas, la posición de los planetas y mantener los engranajes correctamente lubricados».
Para programar el instrumento se recurría a mapas del cielo y a las efemérides astronómicas que permitían ajustar la posición de cada planeta a la fecha apropiada, lo que duraba solo un par de meses y luego había que «volver con un tornillo y una pinza y tocar los engranajes adecuados», precisó el investigador. Y agregó que como era un sistema tan artesanal llegó a «conocer el cielo de memoria».
Aunque para esa época era un aparato de avanzada, estaba expuesto a riesgos que podían suspender la función, como que se quemara una de las lámparas principales que eran de cristal y tenían unos 30 centímetros de diámetro.
«Había que manejarlas con guantes, con muchísimo cuidado porque se quebraban y además costaban una fortuna. Me tocó hacer ese cambio y todavía lo recuerdo porque era como caminar en la cuerda floja, toda una operación con instrucciones que venían del manual de fábrica», señaló Forte y marcó que las condiciones de trabajo «eran duras porque la construcción no estaba totalmente terminada y faltaban algunos vidrios, así que hacía frío en serio».
De sus días en la institución, aún conserva una anécdota en especial: «Una vez hubo una visita de las esposas de embajadores en la Argentina y sabíamos que iba a haber alguna pregunta sobre la Cruz del Sur, pero cuando empezó la función no estaba, se habían quemado las lámparas.»
«Entonces, el profesor Cornejo movió el planetario para proyectar el cielo del Polo Norte, donde no se puede ver la Cruz del Sur, y con un colega fuimos en la oscuridad con linternas y destornilladores para cambiar la lámpara antes de que el aparato se moviera de vuelta», continuó.
En 55 años de historia, diversas actualizaciones tecnológicas como la incorporación de 22 proyectores de efectos especiales en 1981, el reemplazo del planetario original por un Planetario modelo Megastar II A, que muestra estrellas de hasta 11° magnitud, y la renovación tecnológica completa de la sala en 2011 permitieron mantener la calidad en las proyecciones y garantizar la experiencia inmersiva.
«El Planetario es un teatro de la astronomía y un centro de educación y divulgación basado en democratizar el acceso al conocimiento científico», aseguró Ribas y precisó que de las casi 400.000 personas que reciben por año, la mitad estudiantes.
Si bien el Planetario ha cambiado mucho desde sus inicios, a nivel cósmico sus 55 años son «menos que un parpadeo», indicó Ribas y detalló que «el cielo que uno ve ahora es esencialmente el mismo a la misma hora, lugar y fecha que vieron nuestros tatarabuelos y que van a ver nuestros bisnietos; es un cambio imperceptible para el ojo humano».
Lo que sí ha cambiado es cómo vemos el cielo desde abajo. «En 1967 en Buenos Aires se veían cuatro veces más estrellas que hoy porque había menos contaminación lumínica», aportó Forte y mencionó que cuando los aficionados de la astronomía gestaron el proyecto del Planetario ya preveían que «el cielo iba a ser borrado progresivamente».
A 55 años de la primera función, recrear el cielo ideal y mantener la amenidad de los contenidos sin perder la rigurosidad científica siguen siendo los desafíos que enfrenta el Planetario cada vez que se apagan las luces y surgen las estrellas.