Cafés y bares porteños en las fotos de Sameer Makarius

En tiempos poco piadosos con los viejos cafés y bares porteños, son varios y variados los intentos para mantener a salvo una parte de su mística. A la conservación de sus ambientes en manos de nuevas propuestas de cocina o la restauración minuciosa de algunos sitios emblemáticos, como la Confitería del Molino o La Ideal, se le suman diversas iniciativas en redes sociales que, con afán romántico, visibilizan los espacios tradicionales que aún siguen de pie en distintos puntos de la ciudad.

En una combinatoria de lo anterior, la Cámara de Cafés y Bares y el grupo gastronómico Los Notables, con el apoyo de Patrimonio de la Ciudad, inauguraron el jueves pasado en el bar El Federal, pleno barrio de San Telmo, una muestra de fotos de Sameer Makarius que reúne medio centenar de postales de la Buenos Aires de la década del 50, con el foco puesto en las mesas de encuentro de tantos argentinos.

Para ser más exactos, son 49 fotografías tomadas por el artista de origen egipcio durante los primeros años de su llegada al país, muchas de ellas en copias inéditas. Como complemento de sus icónicas vistas urbanas en blanco y negro que se exhiben hasta noviembre en el Museo del Cabildo, estas imágenes reflejan la quintaesencia de uno de los ámbitos característicos de manifestación de la idiosincrasia local.

Antiguas mecas que hoy ya no existen, como el bar Augustus de calle Viamonte o Los Mandarines –en “la cortada” de Carabelas–, se mezclan con los salones perennes del Tortoni y el Molino o con fondas de La Boca y San Telmo.

Así como en sus tomas abiertas en avenidas, plazas y peatonales porteñas, Makarius compuso los planos de interiores sin otras fuentes que la luz natural que se mete por las ventanas o las lámparas de techo que alumbran las mesas de billar. Poco importa que los rostros de algunos parroquianos salgan movidos, la cámara encuentra el ángulo preciso para destacar las simetrías del salón y captar el tono íntimo y familiar de la conversación o el bullicio de las tertulias.

“Me parece que en estas fotos se percibe una sensibilidad distinta, porque tenían que ver con su vida. No es la calle sino el bar, que para él era un punto de encuentro con sus amigos”, le dice Cultura su hijo Karim, quien seleccionó el material de la muestra de un archivo de más de cuatro mil fotos y veintiocho mil negativos que heredó de su padre.

De madre judeo-alemana, Sameer Makarius se formó en Berlín durante el nazismo y recaló luego en Hungría, donde se unió al grupo de arte concreto Európai Iskola. Perseguido por la Gestapo, se asiló en Suiza y luego fue a París, donde Cartier-Bresson le ofreció sumarse a la Agencia Magnum por intermedio de Max Bill y Werner Bischof. Finalmente arribaría a estas tierras en 1953, sin hablar español, pero rápidamente le tomó el pulso a la vibrante metrópolis con su cámara Leica en mano.

Con la misma presteza se integró a la vanguardia local como partícipe de Forum, el grupo fotográfico de tendencia abstracta que fundó con Max Jacoby. También estuvo con sus proyectogramas en el germen de la Nueva Figuración. “El bar que más frecuentaba por esa época era el Jockey Club, en Viamonte y Paraguay. Ahí se juntaba con Jorge De la Vega, Rómulo Macció, Ernesto Deira y Luis Felipe Noé. Recién estaban empezando su carrera con mucha dificultad económica y los bares evidentemente eran un lugar de alivio”, cuenta Karim, también artista y coleccionista.

Tan solo una década después, el álbum de fotos Buenos Aires, mi ciudad, un éxito editorial que acompañó las imágenes de Makarius con textos de Jorge Luis Borges, Ezequiel Martínez Estrada y Raúl González Tuñón, entre otros, lo insertó dentro del canon de retratistas de la reina del Plata. Como Grete Stern, Anatole Saderman, Annemarie Heinrich o George Friedman, otros fotógrafos extranjeros que se establecieron en el país, es considerado uno de los primeros exponentes de la fotografía moderna en Argentina.

Sin embargo, recuerda Karim, no se valoraba a sí mismo como fotógrafo sino como artista plástico. La imagen rescatada fielmente de la realidad era para él un contrapeso. “Me resolvía los problemas en los que, frente a determinadas necesidades, el carácter de mi pintura no me servía”, declaró alguna vez Makarius.

Durante los años 60 reunió ambas pasiones en su célebre serie de retratos a artistas hoy renombrados, como Alberto Greco, Marta Minujín, Raquel Forner, Clorindo Testa, Gyula Kosice y León Ferrari, entre muchos otros. “Él también tenía su espacio donde pintaba, por eso los retrató como un par. Esa visión es lo que las vuelve tan buscadas o requeridas a esas fotos”, dice Karim. Varios de esos artistas expusieron más tarde en la galería que su padre tenía en Florida y Paraguay, dentro de un local de compraventa de cámaras de fotos y fotografías antiguas que coleccionaba.

“No era realmente una actividad comercial porque mi padre lamentablemente nunca tuvo ojo para la venta. Las exposiciones que él hacía por lo general eran a cambio de una obra. Le daba la sala a Horacio Coppola y le decía: ‘bueno, yo te hago la muestra, pero vos me das una foto’”.

*¿A dónde vamos, Buenos Aires?. Una invitación fotográfica, por Sameer Makarius. Hasta el 30 de septiembre en El Federal (Carlos Calvo 599, CABA).

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