Los 130 años de la Avenida de Mayo
Si hay algo que define a la Avenida de Mayo es haber sido testigo privilegiado de la vida social de los últimos 130 años de la ciudad de Buenos Aires. Las fachadas de estilo art nouveau, neoclásico y ecléctico que bordean las diez cuadras que separan a la Plaza de Mayo de la del Congreso han visto de todo. Vieron a la infanta Isabel de Borbón celebrar el centenario de la Argentina y a Carlos Gardel entrar al hoy desaparecido café París para cantar junto a su par uruguayo José Razzano; en tiempos de la guerra civil española fueron testigos de las rencillas entre republicanos y falangistas: los primeros se reunían en el bar La Toja, en la esquina de Av. De Mayo y Salta; los segundos enfrente, en el Español.
También vieron entrar al Hotel Castelar a los intelectuales que asistían a la peña Signo, creada por su huésped más ilustre, Federico García Lorca, y fueron el marco de multitudinarios cortejos fúnebres, como el de Eva Perón en 1952.
Hasta su cielo quedó inmortalizado en las fotos que muestran, en 1934, el paso del imponente dirigible alemán Graf Zeppelin junto a la cúpula del Palacio Barolo, ícono arquitectónico de la Avenida de Mayo. Incluso en la memoria auditiva de esta gran vía permanece el recuerdo del sonido de la sirena del edificio de La Prensa, prendida para anunciar hechos históricos como el asesinato del rey Humberto I de Italia en 1900, la victoria argentina en el Mundial 78 o la asunción de Raúl Alfonsín, que marcó el regreso de la democracia em 1983.
Inaugurada en 1894, la Avenida de Mayo no solo es la primera avenida de la Argentina y de Sudamérica. También ha sido escenario de otras muchas primeras veces, como la puesta en funcionamiento del primer subterráneo de América Latina, que comenzó a transitar bajo su asfalto en 1913. Además, alberga en su traza e inmediaciones al bar y al restaurante más antiguos de la Argentina: el Café Tortoni, de 1858, y El Imparcial, de 1860, previos incluso a la apertura de la avenida.
“La imposibilidad de circular por la avenida junto con el posterior impacto de la pandemia hizo que muchas empresas se fueran del barrio y que los locales cerraran sus puertas”, cuenta Jorge Dutra, vicepresidente de la Asociación y propietario de los restaurantes El Globo y El Imparcial, donde comenzó como bachero, a los 15 años, mientras vivía en una pensión de Av. de Mayo 1360.
“Solo durante la pandemia cerraron 14 hoteles de Avenida de Mayo, y muchos no volvieron a abrir sus puertas, como el Castelar –agrega Dutra–. Para el final de la pandemia, el 70% de los locales de la avenida estaban cerrados, y recién ahora que los cortes de calle ya no son cotidianos estamos logrando una recuperación: hoy se ha invertido la situación y la ocupación de los locales es del 60 por ciento.”
De inspiración francesa y concreción española, Avenida de Mayo ofrece una de las postales más porteñas de la ciudad. Fue Torcuato de Alvear, primer intendente porteño, quien en 1884 puso sobre la mesa el proyecto de abrir una avenida que conectara el puerto con la estación Once de Septiembre, con la idea de hacer de Buenos Aires una ciudad más moderna y limpia.
Años antes, las epidemias de fiebre amarilla habían advertido sobre la necesidad de promover la higiene urbana, y en ese contexto las calles angostas eran consideradas potenciales focos infecciosos. El modelo propuesto entonces por Alvear –e incluso promovido décadas antes por Domingo Faustino Sarmiento– era el que el barón Georges-Eugène Haussmann había aplicado para modernizar París, que tuvo como elemento central la apertura de grandes avenidas.
Fue así como el ambicioso proyecto aprobado en octubre de 1884 tomó la forma de una avenida o bulevar –que inicialmente se pensó en llamar 25 de Mayo– de 30 metros de ancho. Para abrirla, había que tirar abajo las construcciones que se encontraban en el pulmón de las manzanas ubicadas entre las calles Rivadavia (hoy avenida) y Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen), con lo cual la idea fue que los vecinos donaran la parte de sus lotes que se vería afectada por la obra, considerando que la avenida revalorizaría sus propiedades. Sin embargo no fue tan fácil: no todos pusieron su parte y de hecho el proyecto llegó a ser apodado “avenida de los pleitos”.
Algunos de los que se opusieron a ceder parte de sus propiedades para la construcción de la Avenida de Mayo quedaron en la historia. Es el caso de un tal Salvareza, que se negó a donar su terreno y que ante cada nueva visita de la Comisión para la Apertura de la Avenida de Mayo duplicaba el precio que pedía por su propiedad. O el del señor Arrechavala, que al ser intimado por la Comisión respondió por escrito con insultos de todo tipo. Incluso hubo uno que se destacó por su “viveza criolla”: Eliseo Bosch se propuso voluntariamente como representante de su cuadra ante la Comisión y alentó a todos su vecinos (incluida su hermana) a donar sus propiedades. Solo que al final él mismo se negó a hacerlo, hallándose en una cómoda situación para negociar con la Comisión ya que era el único de la cuadra que no había donado parte de su lote.
Pese a estos antecedentes y por más paradójico que parezca, lo cierto es que el obstáculo más grande que halló el proyecto vino desde dentro del gobierno porteño. El sucesor de Alvear, Antonino Crespo, estaba en contra del modelo de las avenidas parisinas; para él, el futuro urbano descansaba en las diagonales. Y, en consecuencia, hizo todo lo que estuvo a su alcance para minar el proyecto. Propuso primero derogar la ley que lo sustentaba, pero no tuvo éxito. No conforme, otorgó permisos de construcción sobre la traza de la futura avenida, lo que llevó a que en los fondos de los terrenos a ser demolidos comenzaran a levantarse nuevas edificaciones.
A todo esto, la construcción de la avenida, que comenzó en 1888, se enfrentó en 1890 a la severa crisis económica que se desencadenó en el país y que puso entre paréntesis su progreso. Las obras se reiniciaron en 1892 y, superados los litigios con algunos de los vecinos que no querían ceder sus terrenos, la célebre Avenida de Mayo fue finalmente inaugurada el 9 de julio de 1894 (vale aclarar que el adoquinado se completó el 6 de mayo de 1896).
Aunque su traza está inspirada en los bulevares parisinos de Haussmann, en las décadas posteriores a su inauguración los barrios aledaños a la avenida fueron el destino de más del 50% de los españoles que hicieron de la ciudad de Buenos Aires su hogar: entre 1904 y 1909 llegaron a la Argentina más de 170.000 inmigrantes provenientes de España. Esta comunidad abrió cafés, hoteles, publicaciones y centros culturales, que terminaron de darle su impronta a la Avenida de Mayo, en cuyos frentes se leían (y algunos aún se leen) nombres como “Ibérico”, “La España”, “El Gallego”, “El correo español” o “El centro asturiano”, entre otros.
Con 30 metros de ancho –veredas de 6,2 metros y calzada adoquinada de 17 metros–, y columnas en el centro que sostenían lámparas de gas, la Avenida de Mayo contaba con muchos signos de la modernidad europea. Algunas esquinas tenían sótanos donde guardar los elementos de limpieza; en otras había mingitorios subterráneos; y túneles bajo la línea de edificación donde corrían las modernas cañerías de agua corriente, gas y electricidad.
Con el paso de las años su arquitectura iría modificándose al calor de las modas. Se levantarían edificios icónicos, como el Barolo o La Inmobiliaria, comenzaría a circular el subte, también un tren subterráneo (aunque no un tranvía, por negativa de los vecinos), y parte de la traza de la avenida sería afectada por la apertura de la 9 de Julio… Lo que no nunca perdió, ni siquiera en sus peores momentos, fue el rol central que aún hoy tiene en la vida de los argentinos.