Unidad canina de rescate
Todo empieza en los primeros días de vida de los perros. Al mes y medio, los cachorros que forman parte del Grupo Especial de Rescate (G.E.R) ya sienten el algodón de un hisopo en las almohadillas de las patas, o perciben que alguien los alza y los mueve, o los hacen pisar tibias superficies con diferentes texturas. Quienes realizan estas actividades con los perros son los integrantes de la Unidad Canina del G.E.R. De esta manera arranca el entrenamiento y el vínculo entre guías y canes de la Unidad, también denominada K9. En pocos meses, juntos se arriesgarán en la búsqueda de personas vivas dentro de estructuras colapsadas
El Grupo G.E.R pertenece al Cuerpo de Bomberos de la Ciudad e interviene en las peores situaciones: intentos de suicidio, derrumbes y rescates subacuáticos, entre otras. “Participamos en los incendios en el boliche Cromañón y en la fábrica de Iron Mountain, por ejemplo. También asistimos en el choque en la estación de trenes de Once”, explica el subcomandante y jefe del Destacamento de Bomberos de la Sección del Grupo G.E.R. de Caballito, Rodolfo Goy.
Para el objetivo final, dentro de la Unidad K9, tanto adiestrador como perro deberán afrontar diversos obstáculos, como los que usan en la pista de entrenamiento de obediencia del Destacamento. Allí se seguirá fortaleciendo ese vínculo dentro del binomio, es decir, la pareja conformada por el bombero y su can, a través de diferentes pruebas, como el salto de vallas, el desplazamiento por un túnel o la escalada de puentes armados por escaleras y rampas.
“La obediencia es la característica más importante a la hora de entrenar a un perro, ya que nos permite tener el control en una intervención real, y también generar una confianza y un vínculo más fuerte entre el guía y el can”, explica Mariano Graffigna, bombero superior y adiestrador dentro de la Unidad Canina.
Mariano Graffigna tiene 31 años y hace cinco que es bombero. Está dentro del K9 junto con su perra Fly, una border collie de un año y ocho meses, que es operativa en caso de que haya que intervenir en un derrumbe y una de las pocas perras con el Certificado Internacional de Perros de rescate (I.R.O., por sus siglas en alemán), que le permite trabajar fuera del país cuando que la ayuda es solicitada. “Decidí formar parte de la Unidad Canina por el amor y respeto que tengo por los perros y los animales en general, por lo que me provoca saber que puedo trabajar con Fly. Eso le da un plus”, narra Graffigna.
“Fly es mi compañera de trabajo durante las guardias en el cuartel y cuando volvemos a casa pasa a ser mi mascota. Con ella convivo todos los días de mi vida y es uno de los vínculos más importantes y más lindos que tengo”, confiesa el bombero superior. Y añade: “A partir de este vínculo tan reforzado que tenemos con Fly, cada vez que entra a una intervención real donde hay riesgos la cuido más que a mí mismo, porque ella es la que está adentro rodeada de los escombros soportando todos los peligros que existen en un contexto como el de estructuras colapsadas y derrumbes”.
Un vínculo que se teje constantemente, con mucha paciencia y esfuerzo, y que se desarrolla fuera de los focos de atención, hasta el momento de la intervención real. El entrenamiento es diario. Una especie de juego serio en el que se va creando un lazo afectivo muy fuerte entre guías y canes. “Esto lleva mucho tiempo de preparación. Mucho laburo invisible, por decirlo de algún modo, hasta poder conseguir la certificación del perro”, relata el bombero calificado Martín Cappellari, de 30 años. Su perra es Tina, una border collie de cinco meses que hace tres forma parte de la Unidad Canina.
Sin embargo, la relación dentro de un binomio no siempre se da de una manera fácil. Agustín Pennello, bombero calificado de 25 años, muestra sus manos llenas de mordidas y de rasguños realizados por su perra Kaia, una pastor belga malinois de tan solo tres meses, la más pequeña de la Unidad. “Gajes del oficio. Hasta pensé en ponerme guantes al momento de entrenar, pero al final decidí que no era necesario”, cuenta entre risas, mientras señala la última marca que le realizó en su mano izquierda.
Su perra, al comienzo, comía arriba de un microondas o dentro de un armario a oscuras. Escenas especiales propias de perros especiales, ya que, para todos los que integran la Unidad, forman parte de ese entrenamiento cotidiano al que siempre tratan de comprender como un juego de ida y vuelta, de estimulación y respuesta. En pocas semanas, y a partir del cariño, la paciencia, el tiempo y la dedicación de Pennello, Kaia pudo ir avanzando en la mejora de su comportamiento.
A su vez, en el día a día entre guías y animales todo implica momentos de superación constante, ya sea con respecto al plano laboral, como también al personal. “Nuestro estado de ánimo lo notan muchísimo, el perro lo percibe al instante. Por eso tenemos que trabajar constantemente con nuestras propias frustraciones. Creo que eso es lo más difícil de nuestro trabajo”, señala Pennello. Y agrega: “A pesar de que estemos en un mal día, ya sea emocional o físicamente, tanto nuestros perros como nosotros, les tenemos que transmitir que todo está bien igual, porque ellos piensan que esto es un juego y eso también es parte fundamental de nuestra labor”.
Junio de 2020. En el barrio de Villa Crespo, la perfumería Pigmento se incendia. Dos Bomberos de la Ciudad quedan dentro de la estructura colapsada y fallecen en servicio. La Unidad K9 se forma un mes después de la tragedia. A raíz del hecho, se vio la necesidad de crear una sección que operara rápidamente en la búsqueda de personas en contextos de derrumbe y que, a la vez, sirviera de apoyo a la ya existente detección y búsqueda de víctimas a través de sensores de movimiento.
Luego de mucho esfuerzo y con el respaldo del comandante Flavio Chiappetta, jefe de la Brigada Especial de Rescate, se comenzó a gestar la Unidad Canina, que hoy cuenta con diez bomberos y ocho canes, de los cuales tres son operativos y cinco están en etapa de entrenamiento. A su vez, seis de ellos son propios de cada guía, con quienes comparten hogar, mientras que los dos restantes pertenecen a la institución y viven dentro de ella.
En tan solo dos años, la Unidad consiguió la certificación internacional IRO de tres perros. Con respecto a los canes restantes, algunos aún trabajan principalmente la obediencia, mientras que otros ya poseen una edad y un entrenamiento próximo a la operatividad dentro de la Ciudad de Buenos Aires, con la intención de conseguir, más adelante, la certificación a nivel mundial.
Una sección identificada con la labor “a pulmón”, que en lo que va de 2022 ya participó de siete servicios y que de a poco va adquiriendo logros a partir del trabajo en grupo. “Uno de los pilares más importantes dentro de la Unidad Canina es el trabajo en equipo, la confianza y la actitud de cada integrante para trabajar con los diversos perros, dado que el mío puede trabajar con otro guía que no sea yo y yo tengo la absoluta certeza de que mis compañeros van a dar lo mejor de sí”, afirma Graffigna.
“Formar parte de esta unidad significa para mí un desafío muy grande dado que tenemos que trabajar con otros seres vivos, fortaleciendo la confianza y entendiéndonos a partir de diferentes maneras de comunicarnos”, suma.
Otra de las cuestiones fundamentales al momento de entrenar a los perros es la de mantenerlos saludables a través de los cuidados correspondientes. Para ello, la Unidad K9 trabaja en conjunto con el equipo de veterinarios del Gobierno porteño. Algunas veces, los bomberos se trasladan a los puestos de atención, mientras que en otras oportunidades los veterinarios y veterinarias de la Ciudad se acercan al cuartel y vacunan y desparasitan a los canes. Allí se les aplican las vacunas Quíntuple, Séxtuple y Antirrábica. La única diferencia con el cuidado de un perro que no es rescatista es que los canes de la Unidad poseen chips de gel, los cuales son implantados a través de una leve inyección. Ese chip le da un número a cada can, símil al número de documento de una persona. Además, cada tres meses se realiza un chequeo general.
Un cuidado y un entrenamiento que va más allá de la vida de cuartel, ya que muchos perros son mascotas de sus guías. Sin embargo, es necesario al momento de la convivencia con el animal conseguir que este no conviva todo el tiempo con un instinto laboral. “Más allá de la labor constante, es necesario manejar los tiempos y los espacios para que hagan su vida fuera de lo que es el entrenamiento en el cuartel. Que vuelvan a ser cachorros, que jueguen, que descansen, para poder después, de a poco, volver a hacer pequeños ejercicios que tienen que ver con sus futuras labores. Poder generar igualmente asociaciones que tengan que ver con lo lúdico”, cuenta Cappellari.
“Practicamos todos los días, estemos de franco o de guardia”, destaca también Graffigna con respecto a su relación con Fly. Otro de los detalles para marcar la diferencia entre trabajo y vida en el hogar recae en los collares de los perros. Tienen uno especial para la labor y otro para vivir en sus casas. Rituales que los perros entienden enseguida y que los ayuda a contextualizar su accionar. “Muchas veces, esas asociaciones las asimila más rápido el perro que el guía”, añade.
La pasión y el amor que sienten los adiestradores por su labor y por sus perros atraviesan cualquier actividad que realicen en conjunto con sus canes. Una cuestión que se revela cada vez que Fly escucha el chiflido particular de Graffigna o el chillido de un hueso de plástico que significa que es tiempo de jugar. Algo similar con el pedazo de trapo celeste que une emocional y físicamente a Pennello con Kaia, que no se cansa de levantar sus orejas cada vez que observa a su guía. La comida también es una buena atracción. Eso lo sabe muy bien el bombero calificado Ezequiel Medina, quien se desplaza de un lado para el otro con Zeus, un labrador de siete meses que parece decepcionarse cada vez que su guía saca de su bolsillo una herramienta de trabajo y no un bocadillo de carne. Bocadillos que también le exige todo el tiempo Tina a Cappellari para seguir entrenando.
“Son aproximadamente cuatro o cinco horas durante el día bien espaciadas. Para darles descanso a los perros y que les vuelva la motivación”, relata Graffigna. Una motivación que, al igual que los vínculos entre estas personas y estos perros, parece inquebrantable. Luego siguen los saltos, los puentes, los circuitos con escombros, las escondidas, las lamidas en las caras de los guías, los cuerpos al piso y las búsquedas. Ladridos fuertes y constantes que significan “piedra libre” al momento del juego de la escondida, pero que al momento de una intervención real significan que hay una vida a punto de ser rescatada.