Café La Paloma, historia de maleantes y tangueros
En el cruce de lo que alguna vez fue el arroyo Maldonado y la actual Avenida Santa Fe, existió un bar que frecuentaban maleantes, poetas y músicos: el Café La Paloma. Acompañaba la estadía de tales grupos una fina orquesta de señoritas que llenaba el espacio de milongas, folclores y tangos.
Las rápidas aguas del arroyo -por entonces a cielo abierto, ahora tapado por la Avenida Juan B. Justo-, había sido límite de la Capital Federal. Fue, también, testigo del rol del Café La Paloma como punto de encuentro y de creación para sus visitantes.
Un tiempo atrás, a comienzos del siglo XX en Buenos Aires, Palermo no era el barrio aristocrático en el que se convirtió más tarde y sigue siendo hoy en día. Era más bien un lugar elegido por maleantes, atorrantes y malevos, según cuentan los testimonios del momento.
En esa misma época, el Café La Paloma era una construcción grosera -tipo baluarte- posada sobre una esquina. Su nombre se lo debe, supuestamente, a una moza encantadora y glamourosa que «aleteaba» en el café.
Francisco I. Romay, durante 1911, fue jefe de la seccional. En más de una oportunidad, contó que se vio obligado a intervenir para controlar a la gente orillera y detener peleas varias. ¡Incluso, en ocasiones puntuales tuvo que entrar a la fuerza en el local, montado a caballo!
La Paloma carga consigo una larga fama como lugar de tango. En la década de 1920, personas de gran renombre en el ambiente llevaron sus melodías al barrio de Palermo. Algunos fueron: Paquita Bernardo, Pugliese, Laurenz, Pollet y Graciano De Leone.
Era costumbre para estas clases de figuras acrecentar su fama cerca del Maldonado, primero en Villa Crespo y después en Palermo, para ganar reconocimiento y llegar después al destino final de todo soñador: el centro. Era el típico itinerario artístico-musical tradicional de la época.
La misma tradición adorna la historia del Café La Paloma, que se transformó en uno de los sitios más simbólicos para la difusión de música, hasta convertirse en un templo para los fieles.
La literatura vuelve a menudo a la historia de este particular café. El poeta José Portogallo alguna vez dijo: “En La Paloma dije tus mejores versos, desde un palquito en alto que llegaba hasta el cielo”.