Refacciones en la Confitería El Molino
Después de años de abandono, el equipo de expertos que está consolidando el viejo edificio de la Confitería El Molino, en la esquina de Callao y avenida Rivadavia, frente al Congreso de la Nación, ya avanzó en la restauración de varios de los notables vitrales del local y acaba de poner a nuevo el cableado de iluminación interna del local, manteniendo hasta los circuitos de llaves originales, de modo que el local se pueda iluminar exactamente como hace un siglo.
Hace 103 años, cuando se abrió el edificio diseñado por Francesco Gianotti, El Molino fue un milagro tecnológico, uno de los lugares más y mejor iluminados de Buenos Aires. Se lo bautizó «la tercera cámara»: allí se reunían diputados y senadores para seguir debatiendo. Alfredo Palacios, Lisandro de la Torre, Perón, Solano Lima festejaron su cumpleaños. Por ahí pasaron Gardel y Leguisamo, Roberto Arlt, Tuñón, Pipo Mancera y sus Sábados circulares en especiales de Navidad. Pero también las reuniones políticas, entre ellas las de las mujeres que a principios de los 90 se juntaban ahí para delinear la ley de cupo.
Con el trabajo de restauración, el lugar está empezando a recuperar su esplendor original, los muros lucen limpios, el pavimento de piedra dura bien lavado y las luces como fueron instaladas en 1916. Las joyas de este retorno luminoso son los vitrales del Quijote y uno de los Art Nouveau, las cúpulas de vitralería de las vitrinas y la hermosa lámpara de vitral sobre la entrada de la ochava. Todas estas piezas tienen ahora iluminaciones en LED especialmente desarrolladas para El Molino, cuidando que la temperatura de la luz no distorsione los colores de los vitrales.
En el salón de fiestas del primer piso, avanza la restauración de las maderas, y el reloj de la confitería ya fue reparado.
Afuera, en la torre del edificio, las aspas del molino que le da nombre todavía están inmóviles, pero verlas en movimiento como antaño es parte del objetivo de la Comisión Administradora del Edificio del Molino.
Monumento Histórico
La antropóloga Mónica Capano es una de las personas que trabaja asesorando a la Comisión Bicameral, que desde julio de 2018 está a cargo de trabajar en las obras de recuperación del edificio declarado Monumento Histórico en 1997. Después, en 2014, llegaría la ley 27009 -de autoría del senador Samuel Cabanchik- mediante la cual se declaró al inmueble de «utilidad pública y sujeto a expropiación, por su valor histórico y cultural».
Capano aclara: “Mi tarea es el patrimonio inmaterial, pero eso está sostenido por la materialidad. A través de los objetos podemos determinar un montón de cosas que todavía son incógnitas en la historia del Molino. Con el hallazgo de la inscripción del teléfono para damas tenemos una punta material para reconstruir una práctica: las mujeres no hablaban por teléfono en el mismo lugar que los varones. Eso es muy antiguo.”
Allí el trabajo es multidisciplinario, hay ingenieros, arquitectos, pero también antropólogos y, en breve, un equipo de arqueología urbana. Un ejemplo concreto de cómo se trabaja en este proceso de recuperación es que la limpieza estuvo a cargo de restauradores. La basura en el Molino puede tener importancia histórica: una madera, un pedazo de vitral, latas. Hay bolsas de basura guardadas para que puedan intervenir los arqueólogos urbanos y determinar si hay material valioso. Para eso se pidió a la Universidad de Buenos Aires que provea los profesionales.
En la intervención patrimonial se respetan las huellas y el paso del tiempo. El piso de parqué del salón de fiestas principal luce un degradé que va de tablas de parqué astilladas a un piso de madera bien lustrado, donde se ve el paso del tiempo en el edificio. Según pudieron reconstruir, a fines de los años 70 Edgardo Roccatagliata, en ese momento dueño de la confitería, realizó una serie de reformas para modernizar el lugar y darle un nuevo impulso económico. Entre ellas, se renovaron los pisos. Los restauradores, ahora, levantaron las tablas, quitaron la brea (con una técnica especial para no dañar el piso) y los clavos. Debajo de todo se encontraron con el piso de madera original.
En esa misma época, también en el primer piso, se armó un segundo salón de menor nivel, para bailes y fiestas de egresados.
Después de la expropiación de los 7.700 metros cuadrados hecha por el Estado, se entregó el edificio al Congreso para que sea el encargado de rehabilitar la confitería y los salones para actividades culturales, y que haya un museo no solo del Molino, sino también de la época y de la trayectoria del Congreso; el resto será para oficinas.
Los trabajos de restauración del edificio del Molino se van haciendo por fases. Ahora, se trabaja sobre todo en la planta baja y el primer piso, que serán los dos lugares que se utilizarán en un primer paso. El diputado nacional Daniel Filmus, presidente de la Comisión Administradora del Edificio del Molino, explicó que «se tardó mucho en aprobar la ley, me tocó en su momento como senador votarla y pasaron varios años hasta que se pudo implementar, y que fue gracias, en buena medida, al presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, que puso en marcha este camino de restauración y reapertura de acuerdo con lo que marca la ley».
«En convenio con la UBA, la Universidad de las Artes y la de La Plata, estamos haciendo el estudio estructural, necesitamos saber cuánto se dañó con el tiempo que esto estuvo inundado, trabajar en el apuntalamiento. Una vez terminado eso se va a licitar la confitería de la planta baja; quien se haga cargo de esto será quien ponga los recursos para recuperar la confitería, los hornos, los depósitos, etcétera», explicó Filmus.
Un mito de 100 años
Según las crónicas del Centenario, el Molino abrió el 9 de julio de 1916. La construcción definitiva aún no estaba terminada. Lo que también se sabe es que Constantino Rossi y el pastelero Cayetano Brenna llegaron de Italia a mediados del siglo XIX y pusieron la Confitería del Centro en Federación y Garantías (hoy Rivadavia y Rodríguez Peña). En 1866, le cambiaron el nombre a Antigua Confitería del Molino. Contaba con panadería y pastelería propia en la que se usaba un recetario secreto.
Para 1905 la prosperidad económica de los dueños permitió que buscaran un lugar más visible: la esquina de Callao y Rivadavia, frente al nuevo edificio del Congreso, era el lugar perfecto. Ahí se instalaron y poco después empezaron a construir el edificio como se lo conoce.