Cuando las aguas del Río de la Plata eran próximas
Fue pensada como la primera pieza urbana destinada a los sectores populares, a caballo de los vientos del yrigoyenismo. Del auge a la decadencia y basurero de Cacciatore, a convertirse en el barrio más exclusivo de la Ciudad.
Todo sinsentido tuvo un sentido alguna vez. El Río de la Plata, inutilizable hoy, era la pileta natural de los porteños en verano. Una brisa fresca, en vez de una perezosa, traía olor a agua y peces, en lugar de a choripán en mix con putrefacción. Una ciudad que mira al río o que le da la espalda, una que lo usa o que lo ignora. Hace cien años se tomaron muchas decisiones al respecto, y sobre todo comenzó el proyecto de construir una costanera para Buenos Aires.
En 1916, el intendente Arturo Gramajo y su secretario de Obras Públicas le encargaron al director de Paseos, el ingeniero agrónomo y paisajista Benito Javier Carrasco, que estudiara cómo transformar los parajes abandonados de la costa porteña. La zona era la nada misma, apenas unas tierras ganadas al río detrás de Puerto Madero, entre las calles Belgrano y Brasil. En junio de ese año se aprobó el gran plan: construir un paseo y balneario sobre el río.
Poco tiempo después, el 11 de diciembre de 1918, la Costanera Sur de la Ciudad de Buenos Aires estaba viva y coleando, incluido su esplendoroso Balneario Municipal, que inauguró días antes del inicio oficial de aquel verano Joaquín Llambías, intendente nombrado por el presidente Hipólito Yrigoyen. Cientos de personas usaban gratis el espigón rodeado de agua color dulce de leche, a donde se podían bañar sin riesgo de infecciones. Eso era justo ahí donde ahora está la Reserva Ecológica y el sol arrasa casi sin río a la vista.
Después de un siglo de cambios, rellenos, venta y privatizaciones, quedan pocos rastros de lo que fue. Pero era el paseo feliz de fines de semana y feriados de la clase media y baja durante las primeras décadas del siglo pasado. La Fuente de las Nereidas, de la escultora Lola Mora, las farolas de bronce y la estatua de homenaje a los aviadores del Plus Ultra, en estilo art déco, son ecos de un pasado lejano en el tiempo y en intenciones. La Costanera Sur fue la primera pieza urbana dirigida a los sectores populares, un lugar hermoso y práctico. No era maquillaje ni puesta en valor, tampoco un paisaje para contemplar. Era un lugar vivo, para usarlo, protagonizarlo activamente.
La decadencia comenzó a fines de los 50. Las instalaciones se fueron deteriorando, se demolieron muchas confiterías y ya para la década del 70 estaba totalmente marginada, casi sin uso. Cuando el intendente de facto y brigadier Osvaldo Cacciatore comenzó su pretencioso Plan de Autopistas Urbanas, hacía rato que a la Costanera la poblaban carteles de «Prohibido bañarse», debido a la contaminación del río. Los escombros de esas demoliciones fueron trasladados a Puerto Madero y colocados formando un perímetro de tierra sobre el lecho del Río de la Plata, con la idea de rellenar esa área y crear un distrito financiero.
En medio de todo ese mal, una fisura de magia intervino en el destino de la Costanera Sur. Con el regreso de la democracia se suspendió el plan y después de una gran inundación y crecida del río, los rellenos abandonados se llenaron de sedimentos. Entonces comenzó a crecer vegetación y, un poco espontáneamente y un poco no, se fue formando lo que actualmente es la Reserva Ecológica Costanera Sur, un lugar en el que la naturaleza le ganó la batalla a la basura.
Abismalmente lejos de lo que fue en su origen, actualmente en la Costanera Sur se desarrolla el barrio más lujoso de Buenos Aires. Existen proyectos como el del Paseo del Bajo, la ex Autopista Ribereña, y el de la construcción de un importante complejo de oficinas, viviendas y hoteles sobre los terrenos de la ex Ciudad Deportiva de Boca, hoy abandonados. Ahí nomás están Puerto Madero, tan for export, pero también el asentamiento Rodrigo Bueno, donde viven unas 1.200 familias en condiciones precarias.
Así y todo, transformada, ajada, pero todavía sin vencer, la Costanera Sur todavía se llena de familias, jóvenes, viejos, niños, adultos, ciclistas, runners, vendedores ambulantes, avistadores de aves, cantantes que pasan la gorra, carritos de pochoclo, artesanos y gente, mucha gente que sigue sintiendo y entendiendo que el paseo, tenga o no balneario, lo estén o no cuidando, sigue siendo popular.