La Ideal, la glamorosa confitería porteña que nació en un conventillo allá por 1912

Desde que fue abierta en 1912, la confitería La Ideal pasó por todos los estados.Fue el punto de encuentro de la alcurnia porteña; un salón de tango; el lugar elegido por los presidentes de todo el arco político para comprar sus facturas; un paseo obligado para turistas; un palacio en medio del Microcentro; un restaurante degradado; y hsta un escenario de fiestas de música electrónica.

Durante décadas integró la célebre y exclusiva lista de los Cafés Ilustres, junto a otros exponentes como El Tortoni, La Giralda, Las Violetas y la Puerto Rico.

A pesar de tener un prestigio respaldado por más de cien años de historia, con el paso del tiempo su calidad decayó, haciendo que el servicio se deteriore hasta tener que cerrar sus puertas.

Sin embargo, para alegría de los habitués que no perdieron la esperanza de algún día volver a visitarlo, hace tres meses reabrió su salón. Como si fuese el estreno de una obra de teatro, el personal estuvo preparándose metódicamente y con muchísima anticipación para este esperado acontecimiento.

Desde ese entonces, sus casi 150 ubicaciones están casi llenas constantemente, desde las siete de la mañana hasta bien entrada la noche. La hora pico es, sin dudas, a la tarde: el momento predilecto para tomar el té.

La historia de La Ideal comenzó en 1912, cuando fue emplazada en la calle Suipacha al 300 -donde antes había un conventillo- por el inmigrante español Manuel Rosendo Fernández.

Actualmente ingresar a su salón, en medio del smog y el ruido del microcentro, es adentrarse en una máquina del tiempo y en un paréntesis de lujo y esplendor con aire europeo. Para Alejandro Pereiro, el arquitecto que tuvo en sus manos el desafío de su restauración, esta cualidad fue lo que cautivó a la elite porteña que comenzó a frecuentarlo desde sus comienzos.

Según señala mientras toma un pocillo, esta confitería fue construida, al igual que tantos otros edificios emblemáticos de principios de Siglo XX, (como el Palacio de Aguas de la avenida Córdoba o el edificio Barolo, en avenida de Mayo al 1300), con la pretensión de asemejarse a un palacio francés. Esta cualidad arquitectónica característica de una Argentina que miraba a Europa, elevaba exponencialmente la vara el estatus y la distinción de cualquier obra. Sin dudas, este objetivo cumplió con esta expectativa con creces.

Casi todo el mobiliario y la decoración fue, originalmente, traída directamente de París. La Flor de Lis, un ícono francés por excelencia, se encuentra tanto en las luminarias como en las columnas. Oro; mármol; madera tallada; bronce; luminarias imponentes; un techo altísimo; sillas tonnet tapizadas en rojo; inmensas vitrinas donde se exhiben coloridos maccarons, pastelería y bocados; carameleras; cristales y vitreaux conjugan el esplendor de este lugar.

“El estilo que lo caracteriza es el neoclasicista y el art noveau, con acentos de la Escuela de Viena, como puede verse en las marquesinas de la entrada o en las vitrinas y en el vitreaux, que se tardó tres meses en reponerlo”, puntualiza Pereira. Para él, la mayor complejidad de su renovación fue mantener su estructura intacta reemplazando los artefactos obsoletos. Los candelabros conservan sus hojas de oro y también funciona una antigua heladera de madera de más de cien años, ubicada detrás de la barra, que también es original. Las sillas tonnet y las mesas son una réplica de las de 1912; los pisos son nuevos pero la decoración, protagonizada por jarrones y ornamentos de cristal, sigue siendo la misma.

-Pereiro, ¿qué famosos frecuentaban La Ideal?

-La pregunta es ¿quién no vino? La visitó desde Charlie Watts, el baterista de los Rolling Stones, hasta Madonna, que rodó acá parte de la película de “Evita”. Venían todos los presidentes a comprar sus facturas, por su calidad y cercanía con la Casa Rosada. Se sabe que Hipólito Yrigoyen, por ejemplo, era fanático de las palmeras caseras. Todos los personajes de la primera plana porteña, como Gardel, Goyeneche, Borges y Bioy Casares pasaron por aquí. Sobre todo, venían las esposas de los ingenieros ingleses que llegaban a Argentina para instalar los ferrocarriles. Ellas se juntaban a tomar el té, eran una comunidad. Muchas mujeres celebraban también sus despedidas de solteras.

Para la clientela habitual de comienzos de siglo pasado, visitar La Ideal era un plan que requería cierta preparación, como ir a ver desfiles al club Harrod’s. Las mujeres se presentaban con capelina y guantes, y los hombres, con saco y corbata. Con el tiempo la Orquesta de Señoritas, en la planta alta, fue reemplazada por conjuntos de tango en los años 40’s, y los bailarines tomaron parte del salón para convertirlo en una milonga. Esto hizo que cambie el paisaje entre sus concurrentes. Más tarde, los jóvenes también se volvieron clientes frecuentes, aportando mayor distensión y un clima menos estructurado. Hoy en día, los visitantes son variados. Desde turistas brasileños, australianos e ingleses, que quieren conocer la esencia de Buenos Aires, hasta familias con niños pequeños, que son vestidos con sus mejores outfits para recorrer este lugar. Por la tarde, llegan las señoras para tomar el té.

Clara tiene 89 años y está de festejo de cumpleaños junto a su marido Carlos.

-¿Qué recuerdos tienen de La Ideal?

Clara: Mi mamá me traía a tomar el té cuando yo era chica y me enseñaba cómo se bebía el café, qué cubiertos usar. Para venir yo me ponía guantes de organza en verano y de lana en invierno, y una capota. Ella se casó en el año 33’ y para su boda compró acá el lunch. De hecho, en mi casa guardo el menú.

-¿Qué sintieron cuando reabrió?

Carlos: No te digo que se me cayeron las lágrimas, pero casi. Viste que los viejos somos más sensibles. Clara: Me trajo muchísimos recuerdos, está igual. Invité a mi hijo, que tiene 67 años. Le encantó porque es una belleza, pero como no lo frecuentaba demasiado, no entiende realmente lo que significa este lugar para nosotros.

La Ideal, de esta forma, se suma a otros cafés emblemáticos como la Puerto Rico o la Confitería del Molino que, tras años de haber estado clausurados, se renovaron manteniendo su impronta original. A pesar de las nuevas modas cafeteras, como los latte y los flat white, el tradicional cortado con dos medialunas, sobre todo si es en un palacio francés de lujo, se convierte en una atracción hipnótica que atrae a miles de visitantes. Y, como pasaba con la clientela antigua, es “un verdadero programa”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *