Proceso para potabilizar el agua en la Ciudad de Buenos Aires

Entre cinco y siete horas después de ser aspirada marrón, turbia y arcillosa del Río de la Plata, y luego de un viaje por ríos subterráneos hasta alguna de las estaciones elevadoras repartidas en la ciudad y el conurbano bonaerense, el agua llega límpida y apta para el consumo a la canilla de los hogares. El trabajo lo hace la Planta Potabilizadora General San Martín, una ciudad de piletas, fuentes y pintorescos edificios pintados de rojo y amarillo inaugurada hace más de un siglo, y que se fue ampliando hasta alcanzar el tamaño de unas 28 canchas de fútbol, entre el Aeroparque Jorge Newbery y la avenida Figueroa Alcorta.

El proceso se divide en dos grandes etapas: la potabilización del agua y su distribución. La primera ocurre dentro de la planta, donde se produce la coagulación, decantación, filtración y cloración. Ya potable, el agua viaja por debajo de la ciudad hasta las distintas estaciones elevadoras que la inyectan con presión en la red.

Por día la planta de Aysa, una empresa que depende del ministerio del Interior, trata 3100 millones de litros de agua que abastecen a unas seis millones de personas en la Ciudad de Buenos Aires y los partidos bonaerenses de San Fernando, San Isidro, Vicente López, San Martín, Tres de Febrero, Morón, Ituzaingó, Hurlingham y una parte de La Matanza.

Cuando cualquiera de estos vecinos abre una canilla de su casa conectada a la red está ejecutando el último paso de esta maquinaria invisible al ojo cotidiano, que se frenó durante unas horas con el apagón masivo de electricidad del pasado 16 de junio después de 25 años sin interrupciones.

«El día del corte de energía se convocaron en la planta San Martín más de 100 personas extras de lo que hay normalmente para reactivarla -cuenta Agustín Sangiacomo, jefe de planta, ingeniero químico y magíster en medio ambiente-. La planta se paró desde las 7.05 de la mañana hasta las 11 y pico. La reserva estuvo completamente llena, es más, desbordada, porque, al pararse todas las elevadoras, se frenó el consumo. El problema fue la puesta en marcha de la planta. No es que apretás un botón y listo, tenés que hacer un montón de cosas».

Captación y elevación

El agua del río es captada a través de la torre toma, situada a 1600 metros de la orilla. Las rejas de la torre toma son una primera barrera para frenar troncos, camalotes y productos plásticos grandes, como botellas de gaseosa. El agua entra a la planta General San Martín por un conducto subterráneo que pasa por debajo de Aeroparque.

Trece bombas verticales -nunca funcionan al mismo tiempo- elevan el agua unos diez metros sobre el nivel del río hasta la cámara de carga, para que luego fluya por gravedad a través de los distintos procesos hasta llegar a las reservas.

El agua del Río de la Plata es marrón y arcillosa. Pero el mayor trabajo lo demanda la materia orgánica. «Tenemos un río muy caudaloso que tiene muy buena calidad, aunque es variable a lo largo del día, porque por su ancho el Río de la Plata tiene un comportamiento de mareas. Eso hace que la costa se aleje y se acerque: mientras más grande sea la costa, la contaminación costera, que es la urbana, está más cerca de la torre toma y entonces empeora la calidad del agua», explica Sangiacomo.

A diferencia de otras fuentes más constantes, como el Paraná, el Río de la Plata exige un monitoreo continuo y un control del proceso muy exhaustivo. Pero siempre, aclara, el agua es tratable: lo que requiere son diferentes dosis de insumos químicos.

Coagulación y decantación

A la salida de la cámara de carga se le dosifica al agua un coagulante para que, a través de enlaces químicos y por atracción de carga, la arcilla se vaya agrupando y se formen los denominados flocs, coágulos microscópicos que se van haciendo más grandes hasta que caen por su propio peso.

El proceso de decantación demanda unas dos horas y se da en unas extensas piletas al aire libre. Ahí el agua ya se ve más clara, y se evidencian las nubes turbias que se van depositando en el fondo. Ahí se retiene hasta el 97% de las partículas de arcilla, microorganismos, materia orgánica y color.

Filtración

El agua desciende de las piletas de decantación hasta los filtros. Se trata de rectángulos bajo techo a nivel del suelo, constituidos por un primer manto de 60 cm de arena fina (de 0,5 de diámetro) que retiene la materia residual en suspensión, y otro de 60 cm formado por grava clasificada que hace de sostén.

«El objetivo es retener la materia en suspensión residual que ha pasado de la decantación para obtener agua cristalina», precisa Sangiacomo. El agua sale por unos caños agujereados que se encuentran en el fondo del filtro y llega finalmente a las reservas, ubicadas nueve metros bajo tierra.

Cloración y alcalinización

Al agua almacenada en las reservas se le agrega cloro, el agente desinfectante clave que evita el enriquecimiento bacteriano y la deja lista para el consumo. «Dosificamos cloro para el agua que va a Recoleta y para la que va a Morón. Lo que tenemos que asegurar es que el agua que llega a la canilla del usuario tenga el mismo grado de desinfección en todos los estadíos. Entonces muchas veces el cloro remanente es un poco más alto para asegurar», dice Sangiacomo.

Como la queja por el olor y el gusto a cloro es común entre los usuarios, el ingeniero desliza un tip: «Si dejás la botella de agua 15 minutos al sol, el cloro se va».

Lo que también se le suma en las reservas, donde el agua permanece entre dos y cuatro horas, es cal. «No le confiere ninguna característica especial al agua potable. Lo que hace es levantarle el PH para evitar que sea corrosiva para las cañerías», explica Sangiacomo.

Transporte y distribución

Las reservas son la antesala a su transporte y distribución. El agua viaja por un entramado de ríos subterráneos, megacañerías ubicadas hasta unos 35 metros de profundidad con un diámetro que varía entre los 2,6 y los 4,6 metros. «Es toda una ciudad subterránea -describe Sangiacomo-. Hay tapas en la vía pública que esconden cámaras que bajan 25 metros hasta el río».

Los ríos subterráneos conectan con las distintas estaciones elevadoras que se reparten en distintos puntos de la ciudad y el conurbano. «Como antes funcionaban como depósitos de agua, es decir como si fueran el tanque de una casa, estaban ubicadas en los puntos geográficos más altos de la ciudad. Después, con los ríos subterráneos, vinieron las estaciones elevadoras», cuenta Mariano Martínez, jefe de elevadoras de Aysa, durante una visita a la estación de Caballito.

En cada estación elevadora -algunos son edificios de alto valor arquitectónico- funcionan bombas que levantan el agua potable del río subterráneo y le dan la presión que requiera el servicio. Allí se hace además un último chequeo del agua y se le da un refuerzo de hipoclorito. Luego es impulsada a la red primaria, formada por conductos de gran diámetro, y después a la red secundaria para que llegue a los hogares apta para el consumo. Ahora ya es solo cuestión de abrir la canilla.

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